Por: Mariana Álvarez, Paula Avendaño, Isabela Castrillón y Alison Mena
Pocas generaciones en la historia de la humanidad se han dado el lujo de sentir el vacío cuando se anuncia que están frente a una pandemia, siendo así, el 2020 trajo consigo una nueva enfermedad: el coronavirus, que se abre paso por el mundo sin garantía alguna para quien este en la calle. La pandemia es inesperada, llega de repente y se va luego de un tiempo, pero la endemia es diferente, su existencia permanece y se espera que lleguen cifras constantemente de ella, quién iba a pensar entonces que vivíamos dentro de una endemia desde hace siglos y que se desplaza silenciosa proliferando el odio y la falta de tolerancia.
Rosario Romero, historiadora y funcionaria de la Secretaría de la Mujer de Medellín, explicaba que hace más de 5000 años apenas se empezaba a hablar de propiedad privada y llegaba el patriarcado o «el gobierno de los padres», «palabra que da lugar a la jerarquización de género donde el hombre va por encima de la mujer y se crea una relación de dominación. Sin saberlo, tal dominación hizo creer al mundo que la mujer era propiedad del hombre y que podía ser tratada como un objeto».
Por este motivo, se atenían a golpes e insultos si sus prácticas no coincidían con la orden dada, y no era un tema occidental, pues las actividades machistas son tanto de la sociedad oriental como de la occidental y tampoco se quedaba en golpes por parte de sus parejas, porque en la calle, la mujer era y es juzgada por acciones como sus prácticas sexuales mientras que el hombre es alentado a tener más de una mujer y el homosexual es juzgado por su preferencia sexual.
Es una enfermedad que va de norte a sur, de oriente a occidente y que aun, ni el marketing, ni las propagandas, ni el Internet ha logrado vencer, hay líneas de atención únicas porque cada día se registran casos en abundancia, por eso es una endemia, persiste en el tiempo en las regiones, afecta a un número determinado por día y no se espera pasar una tarde en limpio sin ninguna denuncia de violencia.
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El problema no es solo por ser mujer, también es sí no quieres obedecer al hombre, o si el hombre decide que no le gustan las mujeres, es ahí donde se desata más violencia porque las costumbres son lazos fuertes que dificultan la prosperidad de la diferencia.
Tal violencia, y pese a las luchas feministas y de la comunidad LGTBI por ser respetados, han llegado hasta el siglo XXI; hay situaciones que se extienden en dificultades, pues si bien la mujer pudo empezar a votar en 1954 en Colombia y la comunidad LGTBI es cada vez más aceptada y visibilizada, escuchar piropos inapropiados, insultos a personas homosexuales, o ver que el vecino golpea a su esposa, sigue siendo normal y más en un país como Colombia que siempre ha sido arraigado a sus preceptos y creencias conservadoras que se entrelazan con las creencias religiosas, porque en las comunidades religiosas se escucha: «fue Adán y Eva, no Adrián y Esteban» o como lo expresaba Eduardo Galeano en uno de sus libros, citando a la Biblia: tu marido te dominará.
Sara Jaramillo, feminista y co-fundadora del grupo feminista universitario El Grito de Pandora explicaba que la normalización violencia de género «son aquellas conductas que constituyen violencia, acoso, objetización del cuerpo, mercantilización del cuerpo, hipersexualizar el cuerpo o cualquier acto que se considera como violencia y que vulnera a la mujer, prácticas que se repiten cotidianamente y de tanto repetirse, se vuelve normal» pero no por ser normal, está bien.
A terapia «anti-gay» llevaron a Sara hace ya más de diez años, para que dejara ese gustito por las mujeres apenas adentrada en la adolescencia, y es que en el colegio católico al cual asistía, las monjas creían que el gusto por las mujeres se quitaba, pero las metodologías eclesiales fallaron y ahora se puede ver a Sara siendo feliz de la mano con su novia pero, ¿pueden ir de la mano y sentirse seguras?, ella explica que no, pues si hay alguna muestra de amor en la calle, les gritan «le falta hombre, demás que no le han sabido dar» y aun así, si va sola, los comentarios morbosos retumban de esquina a esquina «mamacita, rica, que ojos», comentarios que se apoderan de sus oídos y nadie hace nada, porque es normal.
La misma incertidumbre hace parte del diario vivir de Brandon Ortiz, integrante de la comunidad LGTBI, quien evita cualquier tipo de demostración afectuosa con su pareja por las calles de Medellín, porque cansan los murmullos y las miradas de reojo, que podrían afectar el bienestar de la relación, pero otros como él, también tienen miedo de que le griten y lo agredan cuando este con su pareja, así como el caso de Julian David Sanchez,quien fue agredido en Laureles, Medellín por darle un beso a su novio.
«Siempre se despiertan miradas, comentarios de la gente alrededor, y ahora ha disminuido pero es lo de siempre, y aunque ha ido cambiando poco a poco, todavía se sigue viendo, es un camino muy largo en la inclusión que todavía estamos transitando», explica Brandon.
Salir a la calle y tener miedo puede ser desesperante, y ahora, con la pandemia, la humanidad ha sentido el rigor de salir y no saber si va a volver a casa, si va a morir en su próxima salida o si algún familiar es el que jamás volverá a ver, eso se siente ser mujer en Medellín, donde cada semana se reporta la desaparición de una mujer o su feminicidio y personas de la comunidad LGTBI como las Drags o los transexuales son insultados cuando caminan por las calles o maltratados por su elección de vida.
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Según la ONU, una de cada tres mujeres sufre algún acto de violencia de género; acoso, violaciones sexuales, golpes, insultos, sin embargo, Sara afirma que ninguna está exenta de ser víctima de este tipo de prácticas, pero a veces es tan normal que muchas no se van a dar cuenta en el momento en que suceda. Por otra parte, según el informe de Colombia diversa, Colombia es el país de la región con la mayor tasa de asesinatos a la comunidad LGTBI, con 542 registrados entre 2014 y el 2019, datos que reflejan que hay una enfermedad silenciosa, persistente y que las misiones de erradicación aún no brindan los frutos suficientes.
Pero esta endemia no permite cuarentenas, requiere garantías, educación desde chicos, y que los actos en contra de estas poblaciones no sean normales, porque el camino sigue siendo demasiado largo; cabe resaltar que la visibilización de esta problemática cada vez crece más, pero el objetivo es que ninguna mujer muera por ser mujer, o tenga miedo de salir a la calle por los mismos motivos, ni que el trans, la drag el gay o la lesbiana sean agredidos por ser lo que son y tengan las mismas oportunidades a nivel laboral y social que los heterosexuales pues su condición sexual no define su empatía, inteligencia, bondad, laboriosidad u honestidad.
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