
Por: Alejandra Guarín
“Cuando salgo de clase, debo subir a la Santander para esperar la buseta. Iba con mi amiga, estábamos hablando y miré hacia el otro lado de la calle porque sentía que nos observaban. Había un adulto totalmente desnudo en su ventana, masturbándose. Le iba a gritar, pero se entró rápidamente porque vio que venían algunos hombres”. Esta es una anécdota de Laura Guarín y su amiga, estudiantes de Fisioterapia, quienes, como muchas otras manizaleñas, han sido violentadas con comentarios o gestos que las hace sentir vulnerables.
“No fuimos las únicas que pasamos por esto; hubo muchas jóvenes víctimas de acoso por parte de este señor. Incluso, a una de ellas le tiró semen. El hombre venía haciendo esto desde hacía aproximadamente dos años”. Se abrió un proceso legal que lo obligó a desalojar su vivienda. Algunas mujeres describen el acoso como “piropos” o gestos indeseados que reciben mientras caminan por calles, barrios o cuadras. Este fenómeno lleva décadas ocurriendo y, con el tiempo, se ha ido normalizando.
Debido a este tipo de problemáticas, diversos grupos sociales comenzaron a cuestionar las relaciones de las personas con su entorno. Uno de estos espacios es el semillero de investigación Pluriversos, Cultura y Poder de la Universidad de Caldas, un colectivo que busca estrategias para movilizar la academia hacia la acción. Una de sus iniciativas es Cosita Sería, un esfuerzo por georreferenciar los diferentes lugares donde las mujeres han sufrido acoso sexual callejero en Manizales y evidenciar cómo estos hechos configuran una injusticia espacial.
Jessica Castaño, trabajadora social, docente, investigadora y una de las fundadoras de este espacio menciona que, aunque para la sociedad las mujeres pueden salir libremente, esa libertad está atravesada por miedos y riesgos, sobre todo después de las siete u ocho de la noche.
Según el portal Ayuda en Acción —una organización internacional que apoya a personas en condición de vulnerabilidad—, existe una idea errónea sobre el acoso callejero: se piensa que ocurre solo cuando alguien exhibe sus partes íntimas. Sin embargo, también se manifiesta a través de gestos inapropiados, silbidos, gestos labiales, ruidos de animales, comentarios insinuantes, preguntas sobre la vida sexual, toqueteos, besos no consentidos, entre otras situaciones.
Estos hechos provocan una sensación de inseguridad en las mujeres de la ciudad, que prefieren salir acompañadas, cambiar sus rutas de movilidad, su forma de hablar e incluso su manera de vestir, pues muchos victimarios interpretan esto último como una provocación. Además, estos casos rara vez son denunciados: según datos publicados por Ayuda en Acción, el 96 % de las denuncias son archivadas, ya que se consideran actos de violencia, pero no delitos.
En el informe “Acoso callejero impide libre movilidad de mujeres en Manizales”, publicado por el Grupo de Investigación en Movilidad Sostenible de la Universidad Nacional sede Manizales, se menciona que: «el 73,3 % de las mujeres han sufrido alguna vez acoso callejero o abuso sexual cuando se movilizan en Manizales, mientras que para los hombres este porcentaje es del 12,4 %». Esto hace que enfrenten la vida social con desconfianza e inseguridad.

El psicólogo David Toro señala que estos temores repercuten en la salud mental de muchas, causándoles inseguridad, falta de confianza, trastornos de ansiedad y depresión. Una de las secuelas más comunes es que las mujeres, al salir de casa, ya están predispuestas a recibir comentarios o acciones desagradables.
Es importante recalcar que la salud mental es un indicador fundamental en las personas, y que este tipo de violencia tiene un impacto significativo en la vida. No obstante, otras logran hacer caso omiso. Por ello, David recomienda asistir a terapia psicológica si estas situaciones afectan el bienestar emocional.
“Cuando voy para el gimnasio, los obreros me empiezan a ladrar. A veces les contesto si estoy acompañada, pero cuando voy sola me quedo callada”, relata Vanessa Carvajal, estudiante de Comunicación y habitante de Manizales.
“En el centro de la ciudad, caminando por la carrera 23, había mucha gente. Yo llevaba un short y, al pasar por un tumulto, sentí que alguien me apretó la nalga. Era un señor de aproximadamente 60 años. Quedé en shock, no supe qué decirle”. Esta es otra de las experiencias que comparte Vanessa.
Entre las posibles soluciones que proponen las víctimas se encuentran: fomentar la solidaridad ciudadana, por ejemplo, acercándose a las personas acosadas para desviar la atención del agresor mediante preguntas sobre la hora o la ubicación; documentar las acciones para facilitar las denuncias; recurrir a las autoridades competentes; exigir un mejoramiento en la atención de estos casos por parte de las instituciones, y, sobre todo, promover que las mujeres no callen estas situaciones.