Las dificultades políticas, sociales y económicas, así como los obstáculos naturales en la producción de comida orgánica, son los temas en los que se centra el debate sobre la capacidad de producción y comercialización de estos alimentos en la ciudad.
El debate sobre la política de seguridad alimentaria en Medellín ha generado respuestas de grupos campesinos y organizaciones no gubernamentales que apuestan por la producción local de comida orgánica para la protección de su derecho a la autonomía alimentaria. Estas surgen como defensa ante las prácticas agroindustriales, en las que los alimentos se contaminan con químicos y son alterados genéticamente.
En la primera década del Siglo XXI ha crecido la popularidad de los productos orgánicos en la ciudad. Para William Álvarez, administrador de la Tienda de Comercio Justo Colyflor, “el auge de la comida orgánica radica en el concepto de agroecología, que no se reduce a los elementos técnicos en la producción de alimentos sino que abarca también elementos sociales, políticos y ambientales”.
Álvarez afirma que la comida orgánica se ha hecho popular porque representa un cambio positivo en la alimentación: “En ninguna de sus etapas de producción se utilizan fertilizantes, pesticidas o herbicidas químicos; no se usan ingredientes sintéticos, hormonas de crecimiento ni antibióticos; no contaminan ni hacen daño al aire, al agua o a la tierra ni es alterada genéticamente”.
Pero, advierte que no se reduce a eso: “Tiene que ver, además de salud, con la producción sostenible, el comercio justo y el consumo responsable”.
Seguridad
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en su Cumbre Mundial sobre la Alimentación de 1996, “existe seguridad alimentaria cuando todas las personas en todo momento tienen acceso físico y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades alimenticias y su preferencia en cuanto a los alimentos, a fin de llevar una vida sana y activa”.
Sin embargo, según la organización internacional Combatiendo el Hambre con los Derechos Humanos (FIAN, por su sigla en inglés), esta definición no contempla cómo se alcanza dicha seguridad.
De acuerdo con su segundo informe sobre la Situación del Derecho a la Alimentación en Colombia, “la supuesta búsqueda de seguridad alimentaria se emplea como argumento-justificación para desproteger la protección interna de alimentos, debilitar a los pequeños y medianos productores y utilizar el concepto para simular la garantía del Derecho Alimentario”.
Álvarez explica que a partir de ese escenario se hizo urgente la creación de un concepto integral llamado Autonomía Alimentaria: “El derecho que le asiste a cada comunidad, pueblo o colectivo humano, integrante de una nación, a controlar su propio proceso alimentario según sus tradiciones, usos, costumbres, necesidades y perspectivas estratégicas y en armonía con los demás grupos humanos, el medio ambiente y las generaciones venideras”.
Las restricciones a los campesinos para seguir produciendo sus productos favorecen a los monopolios transnacionales que ocupan los territorios en los que antes intervenían las poblaciones rurales. “Como campesinos nos vemos afectados con algunas políticas que nos relegan de nuestra actividad agrícola y tenemos que buscar productos alternos para producir u otras fuentes de empleo”, manifiesta Olga Rendón Trujillo, comercializadora del mercado ecológico de los sábados en el segundo parque de Laureles.
Con las restricciones y prohibiciones que el Estado colombiano impone se ha dividido el campo: “Al tener los campesinos que entregar sus tierras a multinacionales para que ellas cultiven agrocombustibles se atenta contra la soberanía y autonomía alimentaria de las familias, se propicia dependencia alimentaria y se genera desplazamiento”, explica William Álvarez.
Pan coger
La Corporación Ecológica y Cultural Penca de Sábila es una de las organizaciones en Medellín que buscan establecer formas de vida y producción alternativas al modelo agroindustrial.
“Desde 1988, nuestra idea es contribuir a la conservación de la biodiversidad y la soberanía y autonomía alimentaria basados en los principios de comercio justo y consumo responsable, para propiciar estilos de vida más saludables; y fomentar la producción autónoma, el autoconsumo o pan coger y el consumo local, para mejorar las condiciones de vida de las familias campesinas”, explica Yudi Andrea Cano Gil, técnica en agroecología de la corporación.
“Lo que pasa con la ilegalización de la venta de leche cruda en Antioquia, en donde se decomisa el producto a los campesinos, es un ejemplo de cómo se genera dependencia alimentaria. La idea es que los campesinos puedan trabajar en sus fincas con sus propios recursos y que no tengan que depender de terceros”, agrega Cano Gil.
Esto abre el debate social, político y económico sobre la capacidad de la población de elegir sus productos según sus actividades económicas y sus propios estilos de vida.
Modelo agroindustrial y salud
Mark Bittman, periodista, escritor culinario del periódico The New York Times, explica que hace 90 años la gente sólo comía: no había cadenas de restaurantes o supermercados, no existía la comida congelada o enlatada, no se desarrollaba marketing ni había afirmaciones oficiales sobre la salud.
Las personas eran locávoras, es decir, comían sólo lo producido localmente. Fue a partir de 1930, cuando empezó la industrialización de la comida, que se crearon hábitos y necesidades de consumo que alentaban una mayor producción de alimentos.
En su libro Food matters (Asuntos alimentarios, traducción libre), Bittman plantea que “la dieta occidental del siglo XX, alta en carne, carbohidratos refinados y comida chatarra, es estimulada por una forma destructiva de producción alimentaria”.
Alimentos alterados
Recalca que desde 1970, cuando se consolidó la industria alimentaria en Estados Unidos, el afán por producir más comida justificó procesos de producción como la utilización de pesticidas y fertilizantes químicos, el uso de ingredientes sintéticos, hormonas de crecimiento, antibióticos y la manipulación genética de las semillas.
Ann Cooper, directora de servicios nutricionales del distrito escolar unificado de la Universidad de Berkeley, EE.UU, en su libro Lunch Lessons: Changing the Way We Feed Our Children (Lecciones al almuerzo: cambiar la forma en que alimentamos a nuestros niños, traducción libre), afirma que “se llegó a un punto crítico en la forma en que la población del mundo se alimenta por el comercio agricultural, liderada por las multinacionales Monsanto y DuPont, quienes controlan la oferta de comida en los supermercados con productos alterados genéticamente”.
Según la organización ecológica no gubernamental Greenpeace, la alimentación con base en productos genéticamente modificados supone riesgos sanitarios a largo plazo ya que no sus consecuencias para la salud y el ambiente no se están evaluando correctamente y su alcance sigue siendo desconocido.
No obstante, varios estudios, entre ellos el de la Agencia Alimentaria del Reino Unido FSA (Food Standards Agency), dicen que la comida orgánica no es más sana que la cultivada tradicionalmente. Alan Dangour, nutricionista registrado de salud pública y profesor de la Universidad de Londres, en su publicación Nutritional quality of organic foods: a systematic review (Calidad nutricional de los alimentos orgánicos, una revisión sistemática, traducción libre), en 2009, afirmó: “actualmente no hay ninguna prueba que respalde la elección de comida producida orgánicamente sobre la producida convencionalmente con base en su superioridad nutritiva».
Manipulación incierta
Janette van Brakel, profesora de biología y química de la Universidad Miami-Dade College, comenta que el alcance de la manipulación genética de los alimentos es incierto.
“La gente por lo general espera a enfermarse antes de tomar en cuenta alternativas que no representen peligro para la salud desde su propia naturaleza”, declara van Brakel.
“El modelo agroindustrial justifica la experimentación genética y por eso Monsanto hace productos con base en soya transgénica, como la bienestarina. Allí, los conejillos de indias son los niños”, añade William Álvarez.
Según el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), estatal en Colombia, la Bienestarina es un complemento alimenticio que se entrega desde 1976 a los estratos más vulnerables de la población.
El cuello de botella
Silvia Rendón Trujillo, consumidora de comida orgánica y cliente de Verde Sano, manifiesta que en Medellín hay una tendencia en el consumo. “Existe un contraste dado por la cultura de lo sano contra la del ahorro; sin embargo, así como uno tiene dinero para cosas que no tienen que ver con la salud, digo que pago lo que sea por la experiencia de comer bien”, cuenta.
Luz Elena Vásquez Correa, administradora de Verde Sano, explica por qué su negocio atrae cada vez a más clientes: “Todos los viernes la mayoría de restaurantes del sector Estadio y Carlos E Restrepo ofrecen bandeja paisa en el almuerzo a unos $8.500. Nosotros, en cambio, ofrecemos trucha ahumada rellena de champiñones por $11 mil, plato que nadie más ofrece y con la garantía de que es con productos orgánicos”, cuenta.
“Nuestros proveedores son dos granjas: una en Robledo y otra en San Antonio de Pereira. Trabajamos con esos grupos de campesinos que producen alimentos orgánicos porque son los más constantes; hay otros que son incumplidos y nos quedan mal con los pedidos, por lo que procuramos descartarlos”, indica la señora Vásquez Correa.
Para Luis Miguel Beltrán, chef y administrador del restaurante japonés Sayori, la seguridad de los clientes es lo más importante. “No sólo es la apariencia de los alimentos sino también la calidad de los productos lo determinante”, dice.
Beltrán, apunta que de a poco se ha ampliado la oferta alimenticia en Medellín: ya las personas pueden elegir entre fríjoles o sushi, y así entre otros platos internacionales.
A veces sin saberlo o sin pretenderlo, iniciativas como Colyflor o Verde Sano se enfrentan a las multinacionales Monsanto o Bayer, ofreciendo comida orgánica con la intención de aumentar la producción y oferta para asegurar la autonomía alimentaria en la ciudad. Pero, de momento, es David sin honda contra Goliath armado.