Por: Isabella Rodríguez Duque
En la ladera ubicada entre la vía Panamericana y el barrio El Nevado de Manizales habitan alrededor de novecientas familias; entre ellas, la Fundación Cultura Viva, una organización encargada de promover el desarrollo comunitario a partir de programas sociales dirigidos a la niñez y a la juventud.
Es casi mediodía, y en la cancha del barrio hay un grupo de personas que, desde las 9:00 de la mañana y entre guadua, tierra y herramientas, han ido construyendo, junto al Taller Social Latinoamericano, el bioparque en el que, próximamente, se crearán más experiencias de comunidad.
Kevin, Juliana, Laura, Johan y Sofía forman parte de este proyecto comunitario; algunos vienen de diferentes ciudades y otros llegan de países latinoamericanos para unirse a esta causa y ver crecer a la Fundación. (Si desea conocer más sobre el taller Latinoamericano puede escuchar el siguiente podcast).
Rodeado por el murmullo de la vegetación, sentado en la huerta colorida que ha construido junto a los niños, y en compañía de las gallinas, Kevin Orozco anda tras los pasos de lo que durante años fue su ilusión.
Corría el año 2011 y el panorama cotidiano del barrio era complejo. En aquel lugar murió su hermana enfrentada al consumo de drogas. Es entonces cuando Kevin se planteó para sí mismo la necesidad de hacer algo por el territorio. Entre fogatas, conversaciones con sus amigos e incluso la falta de confianza de las personas del barrio que veían en ellos a quienes en algún momento hicieron daños, decide estudiar para lograr su sueño.
Pasaron cuatro años en los que Kevin se formó en la Escuela Militar de Suboficiales Sargento Inocencio Chincá, hasta llegar como comandante de escuadra al Chocó. Son las experiencias y las distintas realidades que vio en las personas de esta región las que, en 2016, le hacen tomar la decisión de retirarse para volver a Manizales a cumplir su sueño.
“Cuando llegué aquí en el 2016 empecé otra vez a reconocer el territorio, a ver qué estaba pasando de nuevo, cómo podía aportar desde mi conocimiento”, recuerda Kevin. Así, su experiencia con las armas y la milicia, la contrarrestó con talleres de manualidades y edición de video como voluntario en la Fundación Comunativa, Huertas Urbanas del barrio San José.
Ollas comunitarias, chocolatadas, y sancochos con habitantes de calle, fueron los primeros encuentros de la Fundación, pero querían algo más: “Vamos a adelantarnos al tiempo, vamos a ir más allá; vamos a enfocarnos en los niños”, y así, luego de tres meses inoperantes, Kevin decidió que era momento para empezar a sembrar experiencias en la comunidad.
El primero de octubre de 2017, en la junta de acción comunal del sector los Ositos, con talleres de manualidades, pulseras y dibujo, Kevin dio la bienvenida al primer grupo de personas que, desde entonces, irían conformando lo que hoy es Cultura Viva, entre ellas, Juliana Vargas Gómez.
En compañía de su hermana, Juliana comenzó a asistir a las clases de guitarra y a los lunes de chicas. Junto a ella se crearon los jueves de arte, en los que se utiliza material reciclable para hacer pines, cuadros, materos y recipientes en arcilla, artesanías que ocasionalmente se usan para obtener fondos para la fundación. Para ella, la Fundación es como su casa, su hogar.
Viernes de cine, días de huerta y domingos de bazar hacen parte de las iniciativas con las que se recibe a los niños en la Fundación, y entre los estantes de los libros se levanta “Libros Andantes”, un texto con fotografías de personas del barrio, recetas, poemas e incluso testimonios de cómo Cultura Viva ha llegado a transformar su entorno.
Juan Carlos Rivera, quien lleva más de ocho años en el barrio, recuerda que al Bajo Andes llegaban recreacionistas, pero no a llevar procesos que perduraran en el tiempo. Dice que el cambio de barrio es lo que más lo ha marcado, menciona que, gracias a Cultura Viva y al respeto que se ha ganado en los niños, niñas y jóvenes, las esquinas que antes se llenaban de cinco o seis personas consumiendo estupefacientes, hoy se ven con más dificultad.
Al respecto, Kevin recuerda que “la gente al ver a Cultura Viva apersonada todos los días, cambió la perspectiva y la forma de ver una organización que realmente está trabajando por la niñez y la juventud de la zona”.
Así, la falta de confianza y seguridad que se sentía en el barrio, se fue transformando en el voz a voz de cómo ayudar, de recibir con amor las iniciativas, de abrir las puertas de las casas en los momentos en que las actividades se hacían en la calle y de aportar como comunidad.
Según Juliana Vargas, ver cómo las personas del barrio están al pendiente de lo que la Fundación necesita es parte del motor que los mueve, y señala que: “La Fundación es la casa de arte y amor más maravillosa en la que he estado. Cultura Viva y el barrio Bajo Andes significan para mí mucho amor y fuerza”.
Uno de los niños que visita la Fundación, llega a la casa el jueves de arte, con una paloma entre sus manos que encontró sin poder volar. Sabía que en Cultura Viva la podrían cuidar. Es un retrato de lo que hoy ha hecho este escenario, y porqué su nombre permanece: Cultura Viva, Arte y Corazón.