Por: Manuela Guerra
Francis Bacon fue un artista profundamente marcado por la angustia existencial de su tiempo. Su obra, cargada de tensión, violencia y humanidad descompuesta, refleja los conflictos morales y emocionales del siglo XX.
Study after Velázquez’s Portrait of Pope Innocent X (1953) es una de las variantes más emblemáticas de la serie de papas de Francis Bacon. Esta obra remite explícitamente al retrato de Velázquez (c. 1650) y, al mismo tiempo, intenta superarlo. Según López (2017), en Vanity Fair, “lo que pretendía era eclipsar a Velázquez como éste había hecho con su maestro Tiziano trescientos años antes”.
En esta versión al óleo sobre lienzo de Inocencio X, el Papa aparece vestido con un púrpura putrefacto; su rostro y su figura parecen contraídos, casi desfigurados, en medio de un grito silencioso pero devastador. La figura se encuentra situada en un espacio negativo y sombrío que parece contemplar y, a la vez, alentar la desesperación. Sobre ella se trazan líneas y rectángulos amarillos que encierran al pontífice en una especie de jaula invisible, reforzando la sensación de restricción psicológica.
Incluso las barras metálicas desdibujan el trono papal, transformándolo en algo más visceral y despojado de majestuosidad, casi una silla de sujeción psiquiátrica. Por otro lado, las cortinas, esos pliegues gruesos y violentos que atraviesan el primer plano, actúan como velos que filtran y distorsionan la percepción del grito.
A lo largo del tiempo, muchos se han preguntado por el significado de las pinturas de Bacon; la serie de papas, en particular, ha sido interpretada desde diferentes vertientes, algunas acertadas y otras no tanto. Lo cierto es que Francis buscaba retratar el grito más que el horror. Su filosofía pictórica reflejaba su estilo de vida, que fluía entre el placer y la culpa, la atracción y la autodestrucción.
Para poder entender sus obras, o al menos intentar hacerlo, debemos primero ser conscientes de la psicología del artista. Francis era un hombre más que excéntrico: visceral. El alcohol, el arte y las relaciones bisexuales sadomasoquistas fueron el centro de su vida y marcaron su carrera. Sus pinturas, catalogadas dentro del marco de la Nueva Figuración, no representan, según él, algo más allá de lo que se ve: carne.
Según Edgar Cherubini (2017), “Peppiat desnuda las compulsiones del artista, refiriéndose a su inusitada pasión de observar los animales para comprender y plasmar en sus lienzos al hombre como ser instintivo e inhumano”.
Así mismo, Bacon describe al hombre como simple carne, usando la palabra meat, que hace referencia a la carne comestible animal, en lugar de flesh, empleada para mencionar al cuerpo humano y el deseo (Fernández, 2022). De esta forma, desdibuja la separación filosófica y antropocéntrica entre el animal y el ser humano, entrando, con o sin intención, en el campo de estudio de “la animalidad”. Esto hace que su arte resulte más enigmático y sujeto a interpretaciones, incluso en la idea pragmática de la santidad del Papa.
Study after Velázquez’s Portrait of Pope Innocent X genera incomodidad por la representación de una figura religiosa en tonos que evocan la putrefacción y la muerte. El rostro de Inocencio transmite angustia, desesperación y una sensación cercana a la humillación. Los trazos alargados y difuminados de la pintura provocan ansiedad y claustrofobia, como si la imagen misma estuviera atrapada en su propio grito. Es una visión fantasmal y animal de lo que debería ser divino; una reinterpretación que contrasta con la de Velázquez, quien retrata a un clérigo imponente, sereno y dotado de autoridad.
Esta pintura supone una reinterpretación del poder: el rostro ya no representa al Papa, sino a un ser consciente de su soledad, sujeto a sus instintos violentos y al encierro en el absurdo del poder. En cierto modo, el retrato anuncia el tema de su vida: la imposibilidad de escapar del sufrimiento físico y humano, y la necesidad sadomasoquista del mismo.
Esto puede explicarse desde varios aspectos de la vida del artista. Bacon nació en medio de la violencia del siglo XX y vivió los efectos de la Segunda Guerra Mundial, el existencialismo y la crisis moral de la Europa moderna. No es de extrañar que su concepción de la autoridad y de la moral humana se viera afectada; esto pudo haberse traducido en su obra y en sus relaciones amorosas marcadas por el abuso.
No obstante, Francis Bacon estaba en desacuerdo con esta interpretación de la guerra en su arte. Según él, no podía atribuirle un significado o una raíz concreta a todo lo que pintaba, pues su intención era que el objeto mismo expresara toda su carga de horror. Sin embargo, como señala Leiris (1987), “si cuando pinta, su autor no pretende decir más que lo que pinta y, en consecuencia, se opone de entrada a todo comentario ideológico, estos cuadros están bajo el signo de la ausencia de sentido o, si se prefiere, de la sinrazón.”
Y es que, personalmente, me parece imposible que una obra carezca de razón por más abstracta o metafísica que sea. Para esto, se debe tener en cuenta que el arte es una forma de expresión y, por lo tanto, requiere de intención comunicativa. Nuestra cultura, crianza, hábitos y entorno influyen indudablemente en nuestra forma de ver el mundo y presentarnos ante él. Sin embargo, me parece magistral la idea de Bacon de retratar al hombre como lo que verdaderamente es: carne, materia viva sujeta a instintos y muerte; una que nunca es literal, sino un proceso de disolución.
Su filosofía de vida disruptiva y llena de excesos fue perfectamente plasmada en sus obras: una reinvención del expresionismo abstracto y de la pintura figurativa, capaz de generar incomodidad y reflexión por medio de la identidad fragmentada y la distorsión del cuerpo. Francis Bacon fue, sin duda, uno de los artistas más emblemáticos e innovadores dentro del marco de la Nueva Figuración y de la Escuela de Londres.

