“La calle de la amargura” llamaban los abuelos a la avenida Ayacucho porque veían pasar por ella los desfiles fúnebres hacia la iglesia del Sagrado Corazón de Buenos Aires, barrio oriental de Medellín. Hoy pasa por allí el Tranvía.
En el recorrido de lamentos y dolores, caminantes y observadores encontraban lugares memorables como la Heladería Sol de Oriente. Ésta era el corazón de la vía, el negocio más famoso de los años 70 y 80, ubicado en la esquina de Ayacucho con la carrera 30. Quienes concurrían a este sitio, eran principalmente los campesinos de La Ceja, Guarne, Marinilla, Ríonegro, Cocorná y Santa Elena -municipios del oriente antioqueño-. Ahora, no hay heladería, no existe un punto tradicional de encuentro. Sus historias las narran sentados en las sillas ubicadas al lado del Tranvía. Recuerdan a Jesús, un aficionado al billar, que se volvía loco cuando perdía el juego en una de las mesas de la Heladería. Se golpeaba contra la mesa y las paredes del lugar. Y la gente empezaba a gritar ¡Matáte Chucho, Matáte! Ahora Jesús camina calmadamente por las vías del Tranvía recordando lo que ocurrió allí.
El Rincón Latino era también un lugar memorable. Era la única discoteca de todo Buenos Aires donde se podía escuchar salsa borinqueña. Allí, solían reunirse los jóvenes del sector para hacer jocosas competencias de baile. Y “la regla por excelencia del lugar era no colocar géneros diferentes a la salsa clásica” recuerda Luis Fernando López, habitante del barrio. Hoy por hoy, “no hay donde bailar ya salsa de la buena” concluye con nostalgia don Fernando.
Una inglesa en decadencia
Otro de los lugares famosos de esta calle era La Puerta Inglesa, una de las carnicerías más frecuentadas por los habitantes del barrio Buenos Aires. En un día de mercado, Doña Marina, quien esperaba en el lugar para realizar sus compras, notó que bajaban dos canecas tapadas con unos costales. “La curiosidad la mató”, recuerda su hermano Luis Gómez, quien estaba con ella, y no pudo evitar ver lo que había en el interior: eran los cuerpos de animales viejos y enfermos para la venta. Desde entonces, las personas comenzaron a concurrir a las carnicerías del barrio cercano de Guayaquil. “Nos daba pavor comprar allá” dice Luis Gómez.
La gente de Buenos Aires y “Los montañeros de Oriente”-como tradicionalmente eran identificados las personas del sector- eran en la década de los 80 personas muy católicas. La iglesia del Sagrado Corazón “era la casa de Dios; no podíamos faltar pa’ darle las gracias”, decían las madres más católicas.
El cura más famoso de Medellín -dicen los habitantes del barrio- era Fernando Gómez Mejía porque según ellos, “las misas que hacía eran únicas y todos querían ir”. Las procesiones eran “monumentales”, decían algunas mujeres del barrio. Los jueves y viernes santos no cabía la gente. Muchos de los hombres y niños honraban a Jesucristo, llevándolo en sus hombros. Después de la misa no podía faltar la arepa de queso al lado de la Heladería La Clarita, en la calle de Ayacucho otro de los lugares de antaño. Hoy, esta iglesia es reconocida por su estilo gótico, por sus columnas, arcos ojivales y es un referente arquitectónico a nivel nacional, según Ana Lucía López, asesora inmobiliaria. De igual manera, los vecinos de esta iglesia continúan con su fé intacta y asistiendo a las misas del barrio.
Otro sitio representativo de aquella época y que aún permanece es La Casa de las Fresas, uno de los primeros lugares de helados del barrio, famoso desde sus inicios hasta el momento por sus fresas con crema. Por allí, han pasado todas las generaciones desde los 80. “Es una tradición la comida de helado después de la misa de 12” cuentan los habitantes del barrio.
Tramo juvenil
En la época de los 80’s algunos de los jóvenes pasaban por Ayacucho en las motos Yamaha 500, populares en esos tiempos porque eran las más veloces. También, algunos de ellos pasaban por la avenida para subir al Pan de Azúcar, una montaña cercana muy reconocida, para disfrutar la tarde con los amigos. No solo se transitaba por el lugar, también se podía disfrutar en él, como los tablados que se promovían en la Ferias de las Flores. “Eran ríos de gente que llenaban la Avenida Ayacucho, desde el atrio de La Iglesia de Buenos Aires hasta las Mellizas” recuerda Héctor Gómez, habitante del barrio.
Las Mellizas, referente por excelencia del barrio Buenos Aires. Dos calles paralelas que van en la vía hacia Santa Elena, y cuya recordación para los transeúntes y conductores es la gran pendiente que posee, la cual los obliga a ser muy cautelosos con sus vehículos para evitar accidentes. Pues son reconocidas las bajas y los eventualidades de las competencias de los carros de rodillo durante la feria de las flores.
La chunchurria de Buenos Aires, es uno de los platos típicos más reconocidos en Medellín. En los 90´s era un “puesto” ubicado al lado de La Clarita, donde se reunían las mejores fritangas de Medellín; como chorizos, morcilla, arepas de queso, butifarras, pero el más afamado de todos era la chunchurria -según los habitantes del barrio-. Esta es representada por personajes como “La Chunchurria del Gordo” y “La Chunchurria del Mocho”, reconocidos actualmente a nivel local y nacional.
Actualidad
Ya estas memorias se acabaron. La calle Ayacucho es otra historia hoy por el Tranvía. Esta obra pretende recuperar la vieja tradición del año 1921 cuando Medellín tuvo el primer tranvía eléctrico y los habitantes del barrio Buenos Aires podían transportarse a diferentes sectores de la ciudad. Hoy por hoy, según Ana Lucía López, asesora inmobiliaria y habitante del barrio Buenos Aires, con este proyecto se pretende mejorar la movilidad e impulsar la actividad comercial del lugar, con espacios de esparcimiento y diversión para la zona de influencia como el “Mercado del Tranvía” y otras obras en desarrollo.
Sin embargo, se debe tener en cuenta la otra cara de la historia. El desarrollo e innovación de las ciudades a veces causa el deterioro de las tradiciones culturales y esto es lo sucedido en el barrio Buenos Aires con la construcción del Tranvía. Esta obra tuvo un impacto negativo en algunos habitantes del sector, ya que la duración de su construcción obligó a algunos comerciantes cerrar los establecimientos más representativos. Además, las únicas acciones tomadas por los gobiernos departamentales frente a estas situaciones fueron crear nuevos establecimientos o pintar las fachadas de las casas aledañas al Tranvía, haciendo creer de alguna manera que así se recuperarán sus memorias.
Posiblemente hoy se retome el nombre de «La Calle de la Amargura» por otros motivos.