En nombre de un sicario

Gómez Isaza María Camila

maria.gomezac@amigo.edu.co

Higuita Cano Luisa María

luisa.higuitaca@amigo.edu.co

Sepúlveda Quiceno Laura Johanna

laura.sepulvedaqu@amigo.edu.co

Un tanto nervioso accedió a la entrevista, pero estaba dispuesto a contar su historia.  Un hombre de 42 años, con una mirada profunda, un rostro marcado, delgado y alto.  Él, alias ‘El mono’, se sentó en el mueble de su casa, tragó entero y con una fluidez inimaginable empezó a hablar en nombre de un sicario, a quien hace 11 años decidió dejar atrás.

“Un muchacho que llamábamos ‘Cabecimundo’ me indujo a esa vida, se mantenía extorsionando y robando; este barrio era muy caliente, habían días en lo que eran dos o tres muertos, pero el detonante para unirme en el mundo del sicariato fue el asesinato de mi primo.”

Fue uno de los relatos con los que inició, tal vez fue el más recordado o el más dolido, tal vez desde ahí se abría paso a un nuevo camino, uno que quizá el jamás quiso haber atravesado.

“La primera vez que cogí un arma fue para robar, al principio me daba susto, pero uno se acostumbra.  El robo más grande fue en un cambiadero de cheques en Itagüí, un muchacho que vivía cerca nos dijo del lugar, eran las 6 de la tarde, ya estaban llenos de plata, nos metimos e hicimos tirar al piso a los que estaban allá.  Éramos seis y fueron 63 millones de pesos, en ese tiempo era mucha plata, todo eso lo partimos y lo gastamos en strippers, licor y vicio, teníamos mujeres en todas partes.”

El mundo del sicariato es manejado por grupos, en donde hay jefes y empleados como en cualquier empresa, donde se plantean unos objetivos y todos se inclinan al cumplimiento de los mismos;  ‘El mono’ no fue la excepción.

“Que yo me acuerde tuve cuatro jefes; uno fue ‘El Gallo’, era muy pesado, teníamos que ir a donde nos dijeran porque si no, el muerto resultaba siendo uno.

La oficina de nosotros era un billar grande, en un primer piso, en la Bayadera, cuando nos necesitaban nos llamaban por teléfono o iban hasta allá mismo.  Cobrábamos vacunas, amenazábamos y matábamos si no pagaban, participé del micro-tráfico, robábamos carros que luego eran mandados para Cali, además manejábamos piratería terrestre, que era esperar carros cargados de café, herramientas de  ferretería… nosotros sabíamos que valía y que no valía plata.”

Era una empresa, donde se prestaban bienes y servicios pero enfocados en el bajo mundo. Donde se hacían relaciones públicas entre barrios y se montaban planes de inteligencia para alcanzar una misión.

“Había manes de París, de Manrique, de Aranjuez, de Castilla, teníamos amigos de todas partes y muchos enemigos, uno tenía que estar armado.  También a las mujeres con las que andábamos las poníamos a hacer inteligencia, poníamos a alguna a volverse amiga de alguno del otro combo, a que le picara arrastre, que nos dijera dónde se mantenía; y ya nosotros caíamos allá a cualquier hora.”

 ‘El mono’ continuaba narrando su historia con toda tranquilidad, disfrutando el hecho de poder estar sentado allí, vivo para contarlo. Sus ojos y sobre todo su actitud denotaban cierta frescura después del momento de nervios, era notable que aún había un joven allí, dentro de ese adulto, tal vez aquel joven que nunca pudo ser.

Le preguntamos si hubo asesinatos que le dolieron ejecutar, no dudo en responder que sí, lo cual evidenció que si sentía, que si analizaba y si comprendía después de todo, aquello a lo que alguna vez dijo no tenerle miedo.

“Hubo dos trabajos que me dolieron mucho, el primero fue la muerte de un señor, la esposa lo mandó a matar. A las 5:30 de la mañana fuimos a esperarlo afuera de la fábrica (Soya) la misma esposa lo señaló, nos pagó $3’500.000, me dio tristeza porque era un inocente que no sabía nada; ella hizo eso para quedarse con la pensión y el otro que tenía.  El otro, fue cuando matamos a una pelada de 16 años que le estaba picando arrastre a la novia de un amigo mío, fuimos él y yo en un carro, le tocamos la puerta y le pegamos cinco tiros”.

Gran parte de su vida la desarrolló fuera de su casa, no vivía en una casa con mamá y papá, vivía en un apartamento con sus compañeros de trabajo.

“Vivíamos cinco o seis en un apartamento, escondidos y andando de lado a lado.  La plata como nos llegaba se iba, mis días eran sino vicio, robo, sicariato y andar de borrachera en borrachera.  Nunca estuve en la cárcel, sin embargo estuve cinco días en un calabozo porque me cogieron droga.”

Profesaban una fe, la de los sicarios. Brujerías y rezos hacían parte de su vida espiritual, rezos para las balas antes que para ellos.

“Una vez fui a Castilla con dos amigos míos, nos íbamos a mandar a cerrar el cuerpo con una señora de la Guajira, ellos se lo hicieron cerrar, pregunté si sí valía, pero ella me aconsejó que no lo hiciera porque cuando me muriera iba a penar mucho, me dio miedo y solo me hice unos rezos. Creíamos en brujería, las balas las rezábamos y les echábamos silicona para que no se atrancaran en los proveedores de las pistolas.”

Junto con sus amigos del barrio, se dispusieron a ser la autoridad del mismo. Ellos cuidaban y manejaban el lugar a su amaño, afirmando que debían cuidar a los suyos y más cuando en ese tiempo la violencia armada hacía parte de su diario vivir.

La exhaustividad de la muerte existe, cuando se es víctima y victimario. Pero se llega el momento de tomar una decisión,  no de rendirse, si no de enfrentar una vida que no se quiere más y desecharla.

“Me tocó ver muchos muertos.  Ya estaba muy aburrido, una vez borracho me arrodillé a pedirle al Señor que me sacara de ese mundo, casi me pego un tiro y mi mamá se puso a llorar conmigo, estaba cansado, estaban acabando con todos.

Cuando mataron a otro amigo mío, dije que no quería más esa vida, a cada rato me buscaban y le decía a mi mamá que dijera que no estaba, que me había ido.  Conocí a un muchacho que me hablaba de Dios, yo le decía -Me meto a eso, ¿Y mis enemigos qué?-, llegué a ir dos veces a la iglesia, borracho y enguayabado, iba y me retiraba hasta que fui cambiando de vida, me fui del barrio un tiempo y volví.  Hoy por hoy estoy en una iglesia cristiana y a esa vida le dije no más. A mí no me mataron fue de milagro de Dios, porque yo era para que estuviera muerto.”

Este tipo de relatos son los que únicamente escuchamos en películas, novelas o noticieros; pero son casos que no están nada lejos de nuestro contexto y tampoco deja de ser una vida de película para él, quien la vivió y ahora solo está para contar la historia en nombre de un sicario.

 

El nombre real fue omitido, la fotografía y la voz han sido alteradas por petición del entrevistado

 

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