Patrimonio olvidado

La agonía de El Jordán

Por Carolina Estrada Mesa

Es sábado y, con las primeras luces del día, se van asomando las pocas personas que, por motivos probablemente ajenos a su voluntad, deben salir temprano de sus casas. Sin embargo, el paso de algunos  buses, taxis y carros particulares empieza lentamente a advertirse, indicando que el movimiento en esta Loma apenas comienza y se prepara para una jornada movida.

Por la tarde, se vislumbra una gran fila de carros subiendo lentamente  la Loma de Robledo.  Es la imagen recurrente de cada fin de semana, especialmente si hay puente. El calor, los pitos y el tráfico se conjugan a la par que  miles de medellinenses se dirigen hacia un mismo destino: Santa Fe de Antioquia.

La mayoría de ellos, probablemente sin saberlo y sin notarlo, van pasando de largo al lado de un lugar que fue pilar de la antioqueñidad. Un lugar donde el arte, la política, la tertulia siempre tenían espacio, considerado como un referente de una época dorada de la Medellín emergente.  El sitio: la casa El Jordán, cuya estructura débil e inmutable espera por un destino incierto.

120 años atrás

Era el año 1891, y  los hermanos Román y Rubén Burgos utilizaron caña brava  y boñiga, algo usual en la época,  para construir la que sería la gran casona de Robledo – que por ese entonces era un  corregimiento y no un barrio –  la cual en su momento de esplendor podía ufanarse de poseer dos piscinas, 18 fogones, una pesebrera y dos pianolas.

Con una extensión de más de mil metros cuadrados, El Jordán se volvió el descansadero obligado de aquellos arrieros que venían con sus mulas cargadas de mercancías procedentes de los pueblos de occidente, antes  de continuar su camino hacia la antigua capital del departamento, Santa Fe de Antioquia.

Los años dorados

Con el paso del tiempo, y ya Medellín constituida como la capital, la casa El Jordán se convirtió en el bar más antiguo y de más tradición en la ciudad.  Allí se congregaban las familias más pudientes, así como políticos, poetas ilustres y músicos representativos.

Por ello no era extraño observar a Gonzalo Arango, el fundador del nadaísmo, transitar por sus pasillos al son de la música vieja que tocaba la pianola, o a León de Greiff,  Manuel Mejía Vallejo, y Tartarín Moreyra discutiendo sobre literatura y filosofía  con el  grupo de los Panidas.

Asimismo, era el lugar preferido de políticos, especialmente de tendencia liberal, quienes usaban este espacio para sus reuniones de partido. No obstante, era abierto a todos, pues su premisa era ser un punto de reunión que hiciera gala a la frase que reposaba en el marco principal: «más de 100 años de tertulia».

¿Qué pasó con El Jordán?

Es lo que se pregunta Teresita Carrasquilla, quien llegó a Robledo en 1950 a la edad de 7 años y  disfrutó parte del encanto de la zona.  Según ella, “ya los dueños, de mucha edad, no se volvieron a preocupar ni a gastar un peso en nada. De un momento a otro dejaron de pagar impuestos, servicios, se atrasaban en todo y la fueron descuidando, y como no le metían plata se fue cayendo El Jordán”, expresa con tristeza.

Sin embargo, Teresita recuerda con entusiasmo tiempo mejores donde, “traían músicos, merengueros, y se rumbeaba parejo,  toda la gente era como una familia, todo el que llegaba era amigo de todo el mundo, eso era espectacular”.

Se detiene para pensar un momento, y retoma su relato,  “venían todos los paseos en chivas, se hacían unas rumbas deliciosas, venían los caballistas a tomarse sus tragos, y de un momento a otro fueron cerrando piscinas, pues ya viendo al Jordán tan descuidado no volvieron las chivas, los caballistas, nada”, indica Teresita.

Fue en el mes de noviembre del 2007, después de 116 años de servicio, que El Jordán cerró sus puertas al público, luego de haber pasado por cuatro generaciones de la familia Burgos, a quienes finalmente su mantenimiento resultó insostenible.

Para Teresita, así como para la mayoría de los habitantes de Robledo fue un “golpe muy duro”, replica, “pues es que uno mira El Jordán, y es increíble que hubieran abandonado, que hubieran dejado acabar una cosa tan tradicional, qué tristeza”.

Un legado olvidado

Pero es que no es extraño lo que le pasó a El Jordán, dado que  los habitantes de Medellín, en busca de la modernización que persiguen, se muestran tolerantes ante la  destrucción de lo antiguo,  y están cómodos con la adopción de nuevas formas arquitectónicas, dando la sensación de que si no eliminan los estorbos del pasado el progreso nunca estará completo.

Sin embargo, pese a su legado histórico, arquitectónico y social, hoy esta casa,  una de las últimas reliquias arquitectónicas del sector, se encuentra a punto de desplomarse. La indiferencia y el mutismo por parte del gobierno municipal, que en algún momento manifestó  interés para recuperarla y convertirla en un centro que sería declarado como patrimonio cultural, quedó en eso: sólo palabras.

Hoy la fachada de esta legendaria casona, la misma que ha tenido durante doce décadas, es lo único permanece en pie. Atrás quedaron la pila bautismal, los retratos, las pinturas, los carrieles, las fotografías y los machetes, los cuales ahora son sólo escombros. La música de las pianolas se ha silenciado y el olor a aguardiente ya nunca más perfumará el ambiente.

Mientras tanto, arriba, al final de la Loma, aguarda la casa El Jordán, al mismo tiempo que su contribución a la historia antioqueña se pierde en el olvido e  indiferencia, clamando silenciosamente por un renacer.

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