Alrededor de 20 personas de Donmatías emigran cada mes al extranjero en busca del sueño de una vida digna. La colonia de este municipio de Antioquia radicada en Boston es, hace 30 años, el aliciente de la juventud emigrante.


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Los muchachos de Donmatías todavía creen que su futuro está en los empleos menos calificados de Boston, Massachusetts, en el sur de los Estados Unidos. Los emigrantes creen tener todo un mundo para elegir, por ello, tienden a seguir rutas bien establecidas, basadas en vínculos familiares o en redes que han creado otros emigrantes.

Ese es el mecanismo que activan los muchachos que viajan por su cuenta o piden la ayuda de costosos intermediarios. Es el caso de familias que se endeudan e hipotecan sus tierras para que un miembro de la familia emigre.

“Boston es una tierra de promisión: se consigue trabajo, vivienda y hay oportunidades para el que las busque”, afirma el periodista Germán Castro Caicedo en su libro El Hueco, un éxito de librería de los años 80 pero todavía vigente. Alicientes como estos, se convierten en propuestas cuya decisión no merece ser discutida, pero para que la gente emigre, primero tiene que ser capaz de hacerlo.

El destino no es suerte

Hacer del sueño americano una realidad es el deseo de Alexander (quien pidió solo ser llamado así, por su nombre de pila) hace nueve años y su meta no era sólo conseguir mayores ingresos como el objetivo de los 20 jóvenes de Donmatías que en promedio emigran cada mes, sino alcanzar las perspectivas de su padre, quien está en Boston hace una década.

Para tomar la decisión tardó quince días, los cuales dedicó a convencer a su madre y a su hermana menor, pues desde cuando el papá se ausentó había asumido el rol del “hombre de la casa” y marcharse implicaría un abandono aún mayor que el dejado por su padre.

Cuatro años atrás, Alexander intentó emigrar a Boston con visa falsa, pero la suerte no estuvo de su lado y faltando tan sólo media hora para reencontrarse con su padre, un par de gestos nerviosos reflejados en la cara de su acompañante, alertaron la vigilancia de los agentes de inmigración. Entonces, Alexander tenía 16 años.

El intento de salir del país no quedo allí. Dos años después, Alexander se presentó a la embajada de Estados Unidos en Bogotá como turista y, como era de esperarse, los antecedentes de la visa falsa dieron como respuesta inmediata una negativa del cónsul. Tres años más tarde y siendo mayor de edad, este joven volvió a presentarse, pero nuevamente la petición para entrar al gigante del norte fue negada.

Emigrar es bandeja de plata

“La negación de visas por parte de la embajada es un gran negocio que establece el Gobierno y el cual imposibilita cumplir un objetivo que se tiene y obliga a arriesgar nuestras vidas tomando otros recursos, como es el de la travesía por el hueco”, afirma Humberto Lopera, inmigrante en el East Boston.

Los rumores en un pueblo llegan más rápido de lo imaginado. Fue así como Alexander se enteró de que emigrar a Boston, Massachusetts, costaba 30 millones de pesos, dinero que en el momento no tenía pero que tampoco tardaría en conseguir.

El sociólogo Víctor Arteaga Jaramillo dice que “emigrar a Boston es una oferta que se encuentra en la esquina. Lamentablemente el dinero ya no es excusa para poder salir del pueblo y desintegrar las familias. En este momento, el sueño americano se convierte para algunos personajes del municipio en un negocio”.

                                                      

Don Darío, el padre de Alexander, fue claro estímulo en su decisión, por eso, vendieron la casa que tenían para pagar su viaje y aunque su padre sabía los riesgos que asumía, no había mayor satisfacción que tener al lado al hombre que dejó siendo niño.

“Si mi hijo trabaja como mula, cogiendo dos turnos de trabajo, al menos en dos años logrará librar la deuda de su viaje. De ahí en adelante, todo lo que haga es ganancia”, afirma don Darío, el padre de Alexander, en una conversación virtual a través del sistema Skype, desde “el cielo donmatieño”.

“Yo me voy. Que sea lo que Dios quiera. Mamá, tranquila, que me va a ir bien. Amor, esto lo hago por los dos. ¿Quién quita que sea mentira todo lo que dicen de viajar por el hueco? Las cosas no son ciertas hasta que las viva uno mismo”, dijo Alexander, mientras organizaba su escaso equipaje, dos días antes de irse.

Caminos por recorrer

La madrugada del 20 de junio de 2010, Alexander recogió su bolso donde llevaba dos camisetas, un par de tenis extras, una chaqueta, la cédula, el pasaporte y tres mil dólares para sobornar a todo aquel que impidiera continuar con su travesía.

A las cinco y media de la mañana, con otros cinco jóvenes de Donmatías, abordaron un taxi con destino al aeropuerto de Rionegro. Allí tenían que vencer su primer obstáculo: los oficiales del aeropuerto sospechaban del viaje por el poco equipaje: “nos obligaron a desnudarnos pero no encontraron nada. Les dijimos que era un viaje corto que haríamos a Panamá”, dice Yorman Osorno, uno de los jóvenes.

Pese a la requisa, los cinco jóvenes abordaron el vuelo hacia Panamá, luego a Costa Rica y, como destino final, Honduras. A partir de ahí terminaron los vuelos y comenzaron las carreteras. “Nuestra travesía fue prácticamente terrestre, estuvimos por un camino que nunca terminamos de conocer, fuimos guiados y entregamos nuestro destino en manos de unas guías de México”, comenta Alexander, mientras recuerda los 22 días que tardó su travesía por “el hueco”.

Hace poco más de cuatro meses Alexander está en Boston, Massachusetts, trabajando en los empleos menores que ofrece este país, pero con mejores ingresos que el pueblo que abandonó.

Hoy, Alexander promete como todos los que se van, volver en dos años, pero no sabe que este país cada día obliga aún más a continuar como esclavo del trabajo y de la soledad.

Nadie vuelve pero todos esperan

Alrededor de 150 millones de personas viven actualmente fuera del país en el que nacieron, hay quienes se han asentado en el extranjero para siempre, mientras que otros creen tener el tiempo suficiente para reunir unos cuantos ahorros antes de volver con sus familias y cuando esto se logra casi todos enriquecen el pueblo con su llegada.

                          

“Desde 1998 cerca de tres millones de trabajadores indocumentados procedentes de Colombia se asientan en los Estados Unidos, específicamente en Boston Massachusetts, que ha sido la colonia con mayor número de inmigrantes, algunos han entrado clandestinamente y otros han agotado su visado de turista”, lo indica Peter Stalker en su libro Emigrar no es una ganga.

Diana Girlesa Muñoz, presidenta del concejo de Donmatías afirma que “en el municipio se puede esperar un mejor porvenir para los jóvenes. Para ello se viene implementando la educación por medio del SENA que trae consigo buena oferta académica, además, considero que no es relevante el ingreso de divisas para el crecimiento interno del municipio”.

Hace 30 años, la afluencia de emigrantes viene alterando la vida tradicional de este distrito lechero y textil del norte antioqueño porque la atracción de salarios más elevados en combinación con la demanda de trabajadores de Boston mantiene encendido el imán del éxodo, ilegal o no de los jóvenes.

En Donmatías todavía muchos creen que la capital de sus sueños se llama Boston-Massachusetts.
 
La historia de un ilegal

Arriesgarse a emigrar por “el hueco” no sólo implica correr riesgos de toda clase, también adaptarse de manera efímera a las culturas, comidas y costumbres de los casi 18 pueblos que superficialmente se recorren, huyendo de un lado a otro como un delincuente, caminando por las calles con miedo a ser detenido porque, finalmente, ser inmigrante es salir de un país con una maleta cargada de sueños y una moral que los va trocando a medida que se recuerda a la familia y las cosas que se dejaron.

“La ley de otros países, en especial de Guatemala y México, se deja flanquear muy fácil, gran parte de mi éxito para llegar a Boston, lo debo a los sobornos constantes que durante el camino hicimos a los policías y la inmigración para permitir nuestro paso.” Comenta Francisco Gallego, un joven que emigró.

Buses, carros, camionetas, lanchas y neumáticos se convierten en el transporte durante la travesía de los emigrantes, acompañados a su vez de uno que otro enlatado de comida que no alcanza para suplir el hambre que generan los tediosos caminos y un litro de agua que en ocasiones se reemplaza por agua sucia porque no hay más que tomar.

“Recuerdo el desconsuelo que sentimos al pasar el río Bravo, a los dos de la mañana y ser devueltos por la vigilancia que había del otro lado, pero recuerdo aún más, que en ese triste retorno uno de los guías abusó sexualmente de una de las mujeres que hasta el momento se había convertido en nuestra compañera de viaje, no poder hacer nada por miedo de correr con la misma suerte o la muerte, me hacía sentir una impotencia enorme”, agrega Alexander mientras recuerda los hechos.

Los pies no soportan el cansancio de tanto pisar lagunas y el seco desierto; los cuerpos permanecen fríos de los mares y ríos que se acabaron de cruzar, pero todo emigrante lleva un propósito en mente y, pese a las circunstancias, saben que de por medio se invirtió dinero, sacrificio y no desean regresar a su pueblo con el sueño americano sin cumplir.

“Fueron 22 días que parecían no tener fin. Di gracias a Dios cuando sentí mi sueño como algo real”, agrega Alexander; abrazar de nuevo a su padre después de nueve años y sentirse con un porvenir incierto en un país extraño, fueron sus primeros pensamientos.

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