Cuando los zapateros cambiaron guarnecer y macetear, por coser y tejer, el martillo y el cuero, por la máquina plana y el telar fue que el oficio de la zapatería rionegrera dijo adiós y sin más preámbulos  se acabó.

                             

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A mediados de los años 60 con la llegada de las fábricas textiles al oriente antioqueño,  Rionegro se vistió de telas y dejó los zapatos de lado. Durante más de 40 años los rionegreros se dedicaron al trabajo artesanal del cuero, propiamente en el calzado, con lo que ofrecían una razón para que decenas de personas buscaran los talleres de zapatos, en busca de “carramplones”.

Germán Ortega, guarnecedor  hace 20 años, dice que aunque él no es muy viejo en el oficio del calzado, su padre sí le dedicó toda la vida y fue él quien, desde pequeño, le enseñó el arte de hacer zapatos tal como se hacía en la primera mitad del siglo XX, pero los jóvenes no quieren ayudar, prefieren todo más fácil o “ganársela de ojo” como él mismo lo expresa con decepción.

Aunque la economía brillaba en 1965 para quienes entregaron la mano de obra a las textileras, los zapateros Ortega y Fernando Jurado dicen que “los artesanos nos empezamos a quedar sin trabajo por la falta de personal disponible y el contrabando acabó con esto. Los muchachos de ahora prefieren comprar un par de zapatos que les cuesten diez mil pesos a invertir en un zapato bueno, de cuero”.

Hace 45 años, con la llegada de las fábricas a Rionegro, la textilería arrasó con el trabajo del cuero, dejando a su paso “los remendones”, como actualmente son llamados los artesanos por la administración, dijo Julio Giraldo, coordinador de Turismo de Rionegro. Antes era diferente, no había calle que no tuviera, al menos, dos zapaterías, los artesanos se distribuían por el pueblo, especialmente en el siglo XIX, cuando sólo existían pocas calles rodeando la plaza, afirma Álvaro Arteaga citando relatos más antiguos y encargado del museo de Arte Religioso.

Patrimonio cultural

La artesanía del calzado para Fernando Jurado, zapatero desde los ocho años, significó el sustento de toda su vida. Aunque reconoce que el trabajo del calzado siempre ha tenido altas y bajas, “antes, el trabajo no faltaba, en cualquier época del año se vendían cantidades de zapatos, pero la pérdida de tradición y la poca organización de los artesanos” dejó como resultado que hoy sobrevivan apenas dos talleres en el municipio.

En su vida Fernando nunca dejó sus raíces, pues aunque trabajó trece años en Coltejer, no paró de fabricar zapatos, los hacía y los llevaba para venderlos a otros obreros. Años después de estar trabajando con la seccional de esta textilera se dedicó al taller de zapatería en el que, junto con trabajadores que realizan diferentes oficios de la manufactura del zapato, sostiene lo que su padre le transfirió desde muy niño.

Como él, Jorge Arbeláez o “el pollo”, como lo conocen en el pueblo, asegura que el oficio es patrimonio cultural y que en su época atrajo a personas de otros países como Aruba y Curazao, quienes mandaban a hacer los zapatos debido al tamaño de sus pies, ellos llegaban al pueblo, visitaban la calle de las zapaterías, y luego, acudían a lugares turísticos como el museo de arte religioso y la Casa de la Convención.

Álvaro Arteaga recuerda que cuando él estaba muy niño, en 1955, veía llegar buses repletos de personas atraídas por la artesanía del cuero, incluyendo bolsos y correas, luego en la tarde después de las compras, la Catedral de San Nicolás se llenaba de turistas que recorrían los monumentos. Esto sucedía en Semana Santa y diciembre de cada año.

Artesanía en Rionegro

Jesús Gonzalo Martínez, director de la Biblioteca Pública Baldomero Sanín Cano cuenta que a principio del siglo XIX, Rionegro tuvo muchos cambios en las actividades artesanales  la herrería y la talabartería fueron las principales, ya que respondían a las necesidades de ese momento.

Simultáneamente, en esta época se había comenzando a ejercer la fabricación manual del zapato, para saciar una necesidad elemental de proteger el pie de las largas caminatas que se hacía en esa época, a falta de un transporte.

  

La artesanía del zapato proviene de la tradición indígena, donde surgieron las cotizas, que se elaboraban en tela, cabuya (hilo de la penca del fique), almidón y tunas de naranjo. Sirvieron de protección para el pie. Para esta época existía en el actual barrio de San Antonio de Pereira un resguardo indígena –vereda Quirama-, cuyos habitantes se encargaron de transferir esta técnica al real de minas de lo que se conocía sólo como valle de San Nicolás.

Más tarde, ésta técnica artesanal se uso con otros materiales como el cuero, se perfeccionó la técnica lo que permitió que a principios del siglo XIX en Rionegro existieran talleres dedicados a la fabricación de zapatos.

Escuela de artes y oficios

Para 1813, según una recopilación de la historia de Rionegro de Cornare, el sabio Francisco José de Caldas  instauró “la maestranza”, incorporada en el colegio de Rionegro donde se encargó de fabricar diferentes máquinas que iban a ayudar a las guerras de independencia.

La artesanía del cuero en Rionegro, según Arteaga, empezó a tomar fuerza para finales del siglo XIX, gracias a la transferencia de conocimiento establecida por Caldas en la primera década de ese siglo, cuando en Guarne se empezó a trabajar la curtimbre (el proceso de curtir cuero del ganado vacuno) dando pie a la producción de calzado por este material.

El siglo termina

Tras la formación de la escuela de artes y oficios, a mediados del siglo XIX, se logró la tecnificación de lo que fue la invención del zapato rudimentario creado por los indígenas, ahora a la usanza europea.

Según la historia que cuenta el director Martínez, se comenzó la industrialización de las formas de armar los zapatos y se desarrollaron máquinas para ayudar al oficio como la guarnecedora.

Este tipo de máquina fue utilizada en su mayor parte por mujeres, ya que como cuenta  Arteaga, todas las personas pertenecientes a una familia de zapateros conocían y ayudaban en la fabricación de las piezas, destinadas a ser un zapato.

Zapatero industrializado

Cuenta John Arbeláez, zapatero y vendedor de calzado, que a mediados del siglo XX, el zapato fue mercancía de exportación y para su venta al extranjero requería que  los materiales fueran de alta calidad, por lo que todo era realizado a mano.

Tan seguro era esto que las herramientas utilizadas como el martillo, la guarnecedora, un cuchillo afilado, y los moldes que eran tomados de la medida del pie de la persona para realizar el zapato.

John añade que los viernes en la noche el cuero era especialmente maceteado para preparar las suelas de los zapatos, al pasar por las casas donde ejercían este oficio a cualquier hora en la noche podía escucharse el sonido del martillo golpeando el cuero.

   

Esta fue una de las tradiciones que se fundó durante el apogeo de la artesanía ya que era costumbre de todos los zapateros realizar este proceso los viernes, pero no fue la única.

Jesús Gonzalo, cuenta que como el oficio del zapatero era de todos los días, descansaban el primer día de la semana, es decir eran “los lunes del zapatero”, expresión que se hizo popular en Antioquia para referirse al asueto no programado que el jornalero toma por su cuenta.

Arteaga explica el lunes del zapatero señalando que descansaban los lunes dado que el mercado en los pueblos era los sábados y los domingos se establecían las artesanías por lo cual se trabajaba toda la semana, para tener las piezas listas para la venta del fin de semana.

Creció y murió

Entre los años  1957 y 1959, Lázaro Orozco conocido en el pueblo como Bayoneta, estableció una pequeña industria en la que trabajaban de 20 a 25 personas fabricando zapatos. Esta fue quizá la única industria del calzado rionegrero, concluye Arteaga.

A partir de 1990, con el gobierno de Cesar Gaviria, se instauró la apertura económica en la que según el libro El modelo neoliberal en Colombia, de Consuelo Ahumada, “la reforma laboral responde a la necesidad de un reajuste estructural, orientado a adaptar los principios laborales a la realidad contemporánea y a la modernización e internacionalización de la economía”.

Para ello se requirió hacer los productos más competitivos promoviendo la inversión y aumentando la creación de empleo.

Justo después de esta reestructuración, según un informe del Banco de la República, “Como resultado del proteccionismo, el mercado nacional se había saturado con productos locales, de tal manera que el poder de compra era inferior a la oferta. En adición, los precios de los productos nacionales habían incrementado con el tiempo, y el control de calidad se había deteriorado por falta de competencia”.

Está falta de demanda de los productos nacionales llevó a que muchas  de las industrias del país no soportaran la competencia y quebraran. La historia de la apertura económica también hace parte de la que acompaña a los zapateros de Rionegro que, con las fábricas de textiles y el mercado internacional quebró, quedando sin zapatero y sin zapatos.

 

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