Sin querer la discapacidad se convirtió en mi sustento
Foto tomada de pixabay.com

Si usted no ha tenido la experiencia de depender de una silla de ruedas o de movilizarse en muletas, es muy posible que no alcance a imaginar la odisea que representa para las personas con discapacidad desplazarse hoy en día en una gran ciudad. “Es una carrera de obstáculos moverse en la calle: el poste, la caseta telefónica, una tapa de registro abierta, desniveles, basura…”, ejemplifica Don Javier Hernández quien es muy bueno enfrentando las adversidades de la vida.

Este hombre de 38 años de edad, que nació y creció en Santander, encarna una historia de superación y lucha que todos los días deja escrita con sudor en las calles del centro de Medellín. Es una víctima más de la violencia.

Es una víctima más de la violencia. No puede olvidar aquel 15 de noviembre de 1995, los paramilitares del Magdalena Medio, llegaron a la finca que administraba su padre en Santander, y acabaron con todo a su paso. “Pedían 20 millones de pesos de extorsión. Mi padre les dijo que esa finca no era de él, que solo la atendía y que el patrón se había ido. La respuesta de ellos fue matar a mis padres y a mis tres hermanitos; a mí me pasaron un carro por encima dos veces y me dejaron inválido”, recuerda Javier

Luego de un doloroso proceso de recuperación, no pudo volver a caminar. “Un día decidí emprender mi viaje y tratar de dejar todo atrás y escuché que Medellín era un buen vividero y decidí venirme para acá hace 9 años”, cuenta mientras empuja su silla de ruedas, la cual se convirtió, paradójicamente, en su sustento.

Se convirtió en su eterna compañera, La silla es una miscelánea ambulante. En ella carga muñecos de felpa, dulces, rosquitas, controles de televisor, cargadores de celular, mecatos. “Aquí tenemos de todo un poco”, dice.

Los fines de semana también carga con su hijo de 5 años, Juan David, a su pequeño lo tuvo con Carmen López, quien también es vendedora ambulante.

“Cuando ando con mi hijo, es el momento más feliz de mi vida”, afirma Javier, aunque debe soportar más peso cuando va con él, y en especial por los largos trayectos que hace para lograr lo del arriendo de una pieza y la comida. “No puedo darme el lujo de descansar”.

Javier sale de lunes a lunes, sin falta a las 4:00 a. m., del barrio Buenos Aires, en el centro de Medellín, se recorre hasta el último rincón. Afirma que cuenta con una buena clientela que lo ayuda día a día a recoger el dinero que necesita, no importa al lugar que le toque ir para poder recoger lo necesario para mantener a su familia.

“Es un hombre de admirar, sube y baja lomas con su hijo y se rebusca la comida honestamente”, expresa Julio vega, un taxista y gran amigo que conoció en un largo día de trabajo y que muy amable se le ofreció llevarlo gratis a la clínica cada vez que tenga problemas de salud.

Para Javier la lucha es constante, pero nuca ha sido un obstáculo el estar en su silla, al contrario, ha buscado siempre la manera de sacarle provecho a su discapacidad, para el muchas personas cuentan con mejor salud que él y muchas más oportunidades pero su gran motivación es su familia que nunca lo ha dejado caer y siempre le dan la suficiente fortaleza para seguir luchando.

En un buen día, Javier logra hacerse hasta 40.000 pesos, pero hay otros que son muy duros. “Nunca descansa, cuando se enferma se recupera muy rápido, sabe que no puede quedarse en cama, no tenemos quién nos ayude”, cuenta Carmen, quien espera que gente de buen corazón ayude a su familia a conseguir un terreno en el que pueda levantar un rancho y poder seguir unidos con su lucha diaria.

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