Todas las noches del 2015 se convirtieron en un martirio para Yohana Mijares. Imaginar las largas filas en los supermercados, las diferentes peleas, los costos de la comida, el poco abastecimiento y la desilusión de no poder comprar lo habitual era una situación que la trasnochaba diariamente. En el 2016 no soportó más y decidió salir de su país. La historia de Yohana Mijares es una más de las 24 mil historias de ciudadanos venezolanos quienes se encuentran radicados actualmente en la ciudad de Medellín.
La joven de 21 años de contextura delgada, piel morena, cabello corto y estatura media es técnica en ventas y oriunda de Guaranes, pueblo ubicado a media hora de Caracas. Llegó a Medellín el 15 de octubre del 2016, después de no tener en su país las oportunidades que necesitaba.
Su travesía inició en el 2015 en Caracas. Tras varios meses buscando el empleo necesario, salía de su casa con la esperanza de encontrar los ingresos que se convirtieron en su principal enemigo. Fue desde asesora de ventas hasta vendedora en un almacén de ropa, sin embargo, los 9.648 bolívares ganados, alrededor de $100.000 pesos colombianos, no eran suficientes para cubrir sus necesidades básicas. El tiempo comenzaba a jugar en su contra principalmente porque no encontraba los alimentos habituales y lo poco que conseguía no era suficiente.
Por tal motivo a mediados del 2016 Yohana se comunicó con Gisella, una amiga colombiana, quien le propuso un trabajo en Medellín vendiendo empanadas. Era una decisión difícil por el temor a explorar nuevas tierras . La incertidumbre de su futuro, el dejar a su familia y llegar a un lugar desconocido sin nada en las manos era algo aterrador. El tiempo pasaba y las oportunidades laborales en la capital venezolana cada vez eran más escasas. El 13 de octubre del mismo año la situación la forzó a aceptar. Los bolívares ahorrados de la liquidación de su último empleo se los dejó a su madre como sustento mientras llegaba a Colombia a probar suerte.
Al atardecer del día siguiente era hora de partir. La despedida con su mamá estuvo marcada por el llanto de quien nunca se había separado. El bus para ir a San Cristóbal arrancaba a las siete de la noche de Caracas, pero ella salió a las tres de la tarde para evitar cualquier inconveniente con el viaje. En el momento las manifestaciones por parte de los venezolanos en contra del gobierno de Maduro estaban a flor de piel. Temía perder el bus por este motivo.
Tenía una mezcla de emociones, entre tristeza por dejar a sus seres queridos y felicidad por encontrar un mejor futuro. A las siete de la noche en medio del frío caraqueño tomó el bus para San Cristóbal. Después de doce horas llegó y allí tomó un colectivo para llegar a la frontera colombo venezolana en Cúcuta. Allí se vio obligada a hacer una fila para sellar su pasaporte e ingresar al país. Lo hizo en medio del sol ardiente mañanero, con cientos de venezolanos y un hambre que la tenia a punto de desmayar.
Traía una maleta llena de ropa e ilusiones. Le dieron un tiempo máximo de seis meses para estar en Colombia. Cada tres meses los turistas deben pagar una prórroga de permanencia de $85.000 pesos. Yohana tomó un bus ya en territorio colombiano para ir al terminal de transportes de Cúcuta. Después de cinco horas pudo iniciar el viaje hacia la capital de la montaña. Al llegar se sentía extraña, confundida y temerosa, pero debía enfrentar su nueva vida.
El barrio Calasanz de la ciudad recibió a Yohana el 15 de octubre, alrededor de las siete de la noche y fue donde inició la búsqueda para garantizar su supervivencia. En medio del cansancio lo primero que pensó fue en dormir y así terminar el largo viaje que comenzó.
Su descanso no duró mucho. Ella tenia todo listo para iniciar a trabajar de inmediato en un puesto informal de empanadas colombianas, por lo que al día siguiente cuando apenas comenzaba a salir el sol, aquella venezolana preparaba todo para atender a los fieles clientes, tarea que le fue fácil. Es una mujer sociable y alegre, cualidades suficientes para su buen recibimiento. Su mayor problema fue el manejo del peso colombiano. Ella tenía un sueldo de $50.000 pesos semanalmente, porque vivía con su amiga Gisella, y no debía pagar arriendo ni alimentación.
Después de 5 meses decide cambiar de empleo. Sabía que había llegado a la ciudad para explorar y encontrar mejor futuro y en aquel lugar que con amor la recibió terminó un esperanzador ciclo. Llegó a un restaurante de la misma zona donde permaneció mes y medio. Su salario era de $420.000 pesos, donde trabajaba doce horas continuas, siendo un horario agotante. En ese momento el peso de Yohana inició a bajar, había llegado con 44 kg el cual no era el adecuado para su estatura siendo su peso ideal de 59 kg. Debía cuidarse para no tener quebrantos de salud, por lo que se retiró e inició a trabajar en otro negocio de empanadas colombianas ubicado en el barrio Calasanz donde se encuentra actualmente.
Expresa que hasta el momento se ha sentido satisfecha, gana el mínimo, $737.717 pesos, el horario es de seis a once de la mañana y de cuatro de la tarde a ocho de la noche de lunes a lunes. Poco antes de ser contratada consiguió un permiso de trabajo por dos años, ya que ingresó antes del 25 de julio del presente año, el no tener problemas jurídicos y su pasaporte debidamente sellado, este es otorgado por Migración Colombia, desde el 3 de agosto hasta el 31 de octubre.En ese momento sintió un gran alivio porque podría trabajar dignamente. Yohana se encuentra viviendo en el barrio soledad, en un cuarto pequeño con una prima venezolana, que hasta el momento está desempleada.
Según Migración Colombia, entidad encargada de manejar a los extranjeros, el país cuenta con 1.512.000 turistas y venezolanos que entraron legalmente y 55.000 residentes entre 2012 y 2016 , quienes salieron de su país, después de que su lugar de origen se convirtiera en el principal obstáculo para el progreso y el bienestar de sus habitantes. Muchos jóvenes y profesionales han tenido que huir prácticamente por la inseguridad, falta de oportunidades y crisis económica. Estos llegan a nuevos destinos donde en su mayoría no ejercen lo que estudiaron y deben acomodarse con lo que encuentran.
Como la historia de Yohana, hay miles en el país. Leidy Hernández es otra joven radicada en la ciudad, de 29 años, rubia, cabello largo y ojos achinados, Licenciada en Administración, oriunda de Barquisimeto estado Lara. Llegó a Medellín el 16 de julio del presente año en busca de oportunidades laborales para el mejoramiento de su calidad de vida. Su día inicia a las seis de la mañana vendiendo empanadas venezolanas en un puesto informal y finaliza a las seis de la tarde cuando el sol ya se empieza a esconder. Recibe un sueldo semanal de $120.000 pesos, el cual le debe rendir para pagar el cuarto en el que vive, el mercado y el envío a sus familiares.
Migración Colombia informó que se calcula que, a la capital antioqueña, han arribado aproximadamente 45.000 venezolanos en los últimos años en busca de oportunidades laborales tras la problemática que enfrenta su país.
Génesis Montaño de 19 años, cabello hasta los hombros, morena, cejas pobladas y nariz pequeña oriunda de Caracas distrito capital, bachiller de la república. Llegó a Medellín en abril del 2017. No ha tenido la oportunidad de estudiar por la situación que vive el país. Vendía empanadas al igual que Yohana y Leidy. Busca independencia y mejor calidad de vida, todos los días se levanta a las nueve de la mañana a repartir hojas de vida en las calles de la ciudad, en algunos negocios le preguntan si es de Venezuela, esta al afirmar le responden que allí no se contratan personas de ese origen. En la actualidad hace turnos en una panadería en el sector de Calasanz.
Medellín es la cuarta ciudad en Colombia que más ha recibido venezolanos en los últimos años. Según Juan Fernando Gómez Gómez, Personero Delegado para los Derechos Humanos, la ciudad no se encuentra preparada para recibir esta oleada de extranjeros, debido a que no cuenta con rutas claras para atender esta población, ya que Colombia no tiene experiencia en recepción de migrantes, en comparación con otros países como Perú o Chile.
Las tres venezolanas tienen el corazón dividido entre Colombia y Venezuela y en medio de una sonrisa picarona, y una gran emotividad al hablar, en sus ojos se les nota la tristeza cuando les preguntan por su país, pero no pierden la esperanza de que todo se solucione para volver a la tierra que las vio nacer. Para ellas Medellín se convirtió en su segundo hogar y a pesar de no ejercer lo que estudiaron, en los trabajos que se encuentran los toman con todo el amor, respeto y responsabilidad posible.