El parto del Turmequé

Por: Juliana González López
Correo: julire12@homtmail.com

Sus pupilas dilatadas, su boca tensionada y sus brazos en movimiento, listos para lanzar y atinar en aquel cuadro de greda. Su objetivo era claro: hacer moñona. Para lograrlo Sara Toro, nacida en el altiplano cundiboyacense, tiene muy claro, que la táctica es la precisión y no la fuerza, motivo por el cual observa sigilosamente la pieza metálica que carga en sus manos, utilizada hace ya varios siglos como símbolo sagrado en las ceremonias Muiscas que iban siempre acompañadas de la chicha.


Antes de lanzar el Tejo, Sara bebe de sopetón un sorbo de cerveza.

-Esto me inspira- afirma entre carcajadas.

Pone la cerveza encima de la mesa dispuesta a conseguir puntos para su equipo, mientras “La Mami”, apodada así por las 9 integrantes del Club Edad Dorada, grita:

-¡Mija no va a conseguir ni mano!-.

Tanto Clara Inés Mazo alias “La Mami” como las otras 9 integrantes juegan una ronda más esa tarde de sábado en la Cancha de Tejo del Polideportivo Sur de Envigado, ubicado a 545 Km de Bogotá y a 10 kilómetros de Medellín, capital de Antioquia. Las nueve son paisas interesadas en dos cosas: salir de su cotidianidad a través del deporte y competir a nivel nacional.

Una de ellas es María Cristina Duarte Ayala, administradora de la Cacha de Tejo.

-En esta cancha juegan todo tipo de personas, desde niños de 7 años hasta adultos de 73 años, lo malo es que la gente piensa que acá se viene solamente a beber-. Dice, mientras reparte una ronda más de aguardiente en la mesa de las mujeres.

La cancha, que en realidad no es una sino tres, está distribuida así: la de Minitejo, en la que juegan siempre Sara, Clara, María y las demás, se localiza en la entrada del escenario y permanece acompañada de quejidos, gritos y alaridos. La segunda y la tercera, ocupadas por hombres, están en el centro y a un extremo del espacio ambientada de sollozos, maldiciones y chasquidos.

Eduardo Tangarife, administrador de la cancha de Tejo del Polideportivo Sur de Envigado y compañero sentimental de María Cristina Duarte, lleva más de 15 años fomentando el tejo como deporte. Él de antemano sabe que debe desmitificar a las canchas de tejo como lugares donde se consume solo alcohol y nada hay en ellas de técnica, táctica ni razón.

-La cancha es un lugar de parto, todos están pendientes del punto que puedan conseguir para el equipo-.

Eduardo comenta, además, que en Medellín es muy difícil conseguir apoyo porque no hay fomento del tejo como deporte, y en años anteriores se patrocinaba más, ahora el INDERPORTES ni siquiera los considera en sus listas y aparece sólo cuando alguno de los clubes va a participar en un torneo nacional. En la ciudad tenemos la Liga Antioqueña de Tejo, FEDELIAN y los clubes que son 23 en total.

Baja su tono de voz, se acerca a mí y añade:

-A los socios del Club de Envigado se les cobra una cuota mensual de 5.000 pesos para el mantenimiento de las canchas, porque por un lado Las Mechas son traídas desde Bogotá, por otro hay que conservar la greda fresca y el espacio limpio; eso cuesta bastante, pero ni la alcaldía ni la gobernación se percata de ello-.

El estallido de una mecha interrumpió el diálogo con Eduardo.

-Les dije que la iba a hacer, soy el mejor de todos- gritaba Mateo Tangarife, nieto de María Cristina y Eduardo.

“El Chiqui”, apodado así por sus abuelos, tiene 10 años y juega tejo desde que tenía 2; él camina de tablero a tablero y al mismo tiempo cuenta su experiencia.

-Mi mamá me traía a visitar a mis abuelitos para que de paso me cuidaran, y, ¿qué hacía yo?, ¡terminaba jugando con ellos!; comencé jugando rana, luego lanzando ese objeto pesado más grande que mis manos. Jugar tejo es una responsabilidad muy grande- interrumpe con un suspiro-hay que aprender a lanzar bien porque puede ocurrir un accidente.

A lo cual Norberto Ávila, tolimense de 67 años se para al frente de Mateo y se dirige a mí:

-Teo es muy cuidadoso, yo también comencé a jugar cuando estaba chiquito. Ahora me doy cuenta que cuando uno juega observa las cualidades de los otros, compañeros y contrincantes, porque al lanzar cada uno tiene su estilo; lástima que acá en Medellín no hay cultura ni escuelas de tejo.

Norberto fue profesor de matemáticas en la Institución Educativa Diego Echavarría Misas, ubicada al sur de Medellín; profesión que, según él, le ha otorgado conocimiento en cuestiones básicas como el tejo.

-La gente no sabe que jugarlo implica pensar en el lanzamiento del tejo, luego en su desplazamiento en movimiento parabólico, y además, el jugador debe analizar el pulso que debe llevar su cuerpo para estallar la papeleta. Eso en el ámbito de las matemáticas, pero en el de lo humano yo considero al tejo como un símbolo de sinergia de la cultura popular y como un constructor del tejido social-.

Un estallido ensordecedor corta de inmediato las palabras de Norberto. El ruido se produce en la cancha de las Mujeres de La Edad Dorada; una algarabía ensordecedora transita todo el escenario, cinco de las integrantes se abrazan entre ellas y se dan besos, el motivo es claro Sara consigue hacer moñona.

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