Una Vida Llena De Altibajos

“Mis primeros recuerdos son de cantinas, prostitutas, gente borracha y golpes” Sara Giraldo.

Son las 11 de la mañana, Sara se acerca a la mesa con su habitual “tintico” que tanto le gusta. Está caliente, lo denota el humo que sale de la taza. Necesita hacer fuerza con el bastón para sentarse, seguramente por su rodilla, la cual esta hinchada y para aguantar el dolor lleva una rodillera azul con un agujero, el cual deja ver la rodilla. Está enrojecida y con sarpullido, irritación por llevarla incluso cuando hace calor. Hace mueca por el dolor, pero consigue sentarse riéndose estrepitosamente.

Su tez es canela claro, tiene bastantes arrugas haciéndola ver mayor de lo que es-tiene 57 años- Su ropa es cómoda, está bastante relajada y ansiosa por compartir su historia de vida. “La cosa no ha sido fácil” –Dice ella.

“Hace un año recibí una casa gracias a la Fundación Techo”-fundación conocida por no tener ánimo de lucro y por frases como “juntos por un mundo sin pobreza”-.  “Gracias a la Fundación Techo actualmente tengo una calidad de vida mejor”.

La ingeniera encargada de crear la casa de Sara, Carolina- como le dice ella-, trabajadora de fundación techo cuenta su experiencia con ella. “Ella dice que Sara la que no asara, pero ella si asara” -dice entre risas, refiriéndose al carácter imponente de Sara -. “Lo que fue, fue, su frase célebre de ese fin de semana, fue muy conmovedor ver el entusiasmo y la alegría que tenía al haber recibido la vivienda que se nota que era un sueño que siempre ella había tenido, tener una vivienda digna después de todo lo que ha pasado y lo que ha vivido”.

 Además Sara sabe perfectamente que si no fuera por  Fabián Salazar-aspirante a la concejalía de Bello- tal vez hoy  Sara seguiría durmiendo en la calle como hace 10 años en las Torres de Bomboná y vendiendo tintos para sobrevivir. Pero él le regaló por ayudarle con la campaña política un lote ubicado en Oasis de paz, lugar donde está ubicada la casa prefabricada dada por Fundación Techo.

Sara no tiene quien la ayude con su situación económica pues, como ella dice “tener casa no lo es todo.” “Por mi situación de salud y por no tener un estudio superior a tercero de primaria, no cualquiera me da trabajo, y si lo hacen es para aseo o para mandados, pero no me queda fácil hacer las cosas porque mi situación de salud es muy mala, tengo artrosis degenerativa, artritis, y la columna desviada”- hace un refunfuño y toca su rodilla, le está doliendo- “puse una tutela para que me dieran una subvención, pero me la revocaron, pienso poner otra, pero con desacato para agilizar el proceso”.

Sara tiene dos hijas, Marta Sofía Giraldo y Yuliana Giraldo, quienes no tienen el apellido  de su padre, él quiso saber nada de ellas. “Ni una aguapanelita para mis hijas le debo a ese hombre” son las palabras teñidas de cólera que manifiesta Sara mientras da un golpe al suelo con el bastón. Las mellizas no son unidas a Sara y la apartaron de su vida cuando estas eran jóvenes.

Los primeros años de vida de Sara fueron  con su madre Marta Giraldo, quien la introdujo en el mundo del alcoholismo. Vivían en el barrio Popayán, ubicado en la ciudad de Medellín, Sara lo consideraba un lugar de prostitución, alcohol y ladrones. La mayoría de los locales le pertenecían a su madre.

Marta obligaba a su hija a beber desde las 5 de la mañana, una vez cerraba su cantina, nadie sabía de este hecho; el sufrimiento de Sara solo le concernía a ella. No podía pedir ayuda de nadie, Marta era muy respetada en el barrio, la temían, “todas las amenazas las cumplía”, dice Sara con susto al recordarla.

Su madre la echó de su casa a la edad de 14 años por chismes de la “cucha Inés”-vecina chismosa del barrio-, quien le había dicho a Marta que su hija había intimado con José Manuel Baos Zuleta, un ladrón del barrio. Su madre creyó en las mentiras de la vecina y Sara se vio sola en la calle sin nadie que le diera posada; Marta había amenazado con matar a quien ayudara a su hija.

José defendió a Sara de su madre, le tendió la mano a Sara y le ofreció vivir juntos.  Durante meses convivieron como pareja en una pieza en Palacé con Novena. “Primero compramos un colchón como pudimos, y después compramos una cama”- Sonríe y prosigue con la descripción de la pieza- “era una pieza un poco estrecha, además, como la ventana era pequeña no entraba mucha luz, era como estar en un cajón con puerta y colchón”.

A la edad de 15 años, Sara quedó embarazada de mellizas, ella con miedo le contó a José, quien era muy violento, y por su vida de ladrón prefería no tener ataduras. “Primero te mato antes que tener que reconocerlas” fueron las palabras José.

En medio del embarazo intentó asesinarla. “Lo vi tras de mí sacando un cuchillo, empezó a caminar despacio hacia mi posición, me dio pánico y salí corriendo hacia el baño, en cuanto cerré oí clavar el cuchillo en la puerta, y escuché  gritos de él diciéndome que saliera, la puerta no era de muy buena calidad así que hacia fuerza para que no la pudiera abrir. Lo único que podía hacer era esperar que se fuera y hablar con la policía”. Después de la pelea Sara decide tramitar una denuncia para meter en la cárcel a José el resto del embarazo.

A los 16 años Sara tuvo a sus  hijas Marta Sofía Giraldo y Yuliana Patricia Giraldo,  Por razones de enfermedad de la su madre, Sara decide volver a vivir con ella para ayudarla. Años más tarde a José le dispararon en la columna, cuando intentaba hacer un robo; queda en silla de ruedas y fallece.

Sara decide irse a trabajar a un estadero y cantina para poder llevarle de comer a sus hijas y ahorrar dinero para comprar una casa.  Sara dormía en el estadero, su jornada laboral era de 6 de la mañana a 12 de la noche, Vivía agotada, lo único que me hacía soportarlo era beber licor todo el día- bebe un sorbo del tinto, haciendo alusión a una copa de aguardiente-.

Después de tres años en el estadero su tío Chabino la visitó para llevarla de regreso al barrio, Sara dejó el trabajo y volvió a su casa; Marta murió en el hospital antes de la llegada de Sara. Cuando llegó al barrio se sintió desolada, vio que todo su esfuerzo había sido en vano. Su madre había comprado un local y no una casa y solo había generado deudas, además, Marta había puesto a trabajar a las mellizas en la tienda con la edad de 5 años y medio; no fue de agrado para Sara.

La relación con sus hijas acaba cuando Sofía a los 13 años se fue a Bogotá para ser interna de una familia bogotana. “Me entristeció mucho la idea de dejar partir a Sofía, pero no quería saber nada de Yuliana ni de mi” dice entre lágrimas; “Quiero una vida mejor y no va a ser al lado de ustedes” son las últimas palabras que escucha Sara antes de la partida de Sofía. No acabó ahí su desdicha, pues Yuliana cuatro años después la abandona para irse con su actual Marido en Campo Valdés. Su relación con las 2 es actualmente inexistente.

A sus 40 años, Sara pensó que más desdichas no le podían pasar, pero desafortunadamente cuando vivía en Belencito corazón se vio involucrada en la Operación Orión del año 2000. Fue bala porque si, bala porque no, bala de día y bala de noche, se sentía mucho miedo y nos sabías si por casualidad una bala te iba a matar ese mismo día. Al final decidió  coger 3 mudas de ropa y se fue del lugar; dejó  todas sus pertenencias. Ella no sabía que su vida cambiaría. 2 años después consiguió el ranchito de Fabián Salazar y en 2016 la fundación Techo le dió su casa actual, casa siempre anhelada.

Sara se siente muy agradecida, para poder conseguir la casa muchas personas de la zona del centro le ayudaron para poder pagar una cuota necesaria. Entre esas personas se encuentra “doña Consu” – así la llama Sara-  una señora del barrio que le pide ayuda a Sara para hacer diligencias en la cámara de comercio, pago de facturas, aseo del hogar, entre otros. “Sara es una persona que ha sufrido mucho en la vida pero siempre trabaja duro para poder seguir adelante, espero pueda conseguir la subvención para que por fin pueda descansar un poco más” Afirma ella.

Actualmente Sara está a la espera de la subvención, mientras tanto trabaja por la zona  centro de la ciudad de Medellín y pide limosna los lunes en Santo Domingo, además de las ayudas que recibe por parte de las personas que le tienen cariño. “Ojalá pueda decir algún día que por fin soy libre económicamente” Termina su relato con tantas lágrimas que los pañuelos no dan para secarse.

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