Ciudad Bolívar, Antioquia. Dora espabila antes que el sol, en esta tierra cafetera, cuna de arrieros. A las 4:30 de la mañana, los gallos comienzan a canturrear. Esta mujer coge su primer aliento para erguir su cuerpo y así comenzar otro día. Ella se levanta 10 minutos antes que su esposo y su hijo para preparar el tradicional desayuno paisa: arepa, quesito, huevo revuelto, galletas, café con leche o chocolate.
Acomoda camas y cocina, barre y trapea el interior y el corredor de la casa, riega, abona, cultiva y cuida las matas que ornamentan y ambientan el sitio dando una peculiar sensación de delicadeza y gracia, lava a mano; todo esto mientras vigila lo que está en la olla hirviéndose para el almuerzo.
A las 7:15 de la mañana, cuando el sol comienza a iluminar con más firmeza, los animales de la vereda empiezan su alharaca. Vacas, caballos, pájaros, perros criollos y uno que otro de raza laten haciéndose notar.
Con botas de caucho, sudadera y buzo, para evitar picaduras de insectos, arañas y gusanos propios de las matas de café, una gorra y, a veces, cuando el calor es insoportable, un trapo que cubre la cara para evitar el maltrato a la piel, Dora sale de su finca, se dirige a un lote cercano donde están sembradas centenares de matas de café, cada una con hojas verdosas y con un tallo donde emergen un millar de granos color vinotinto.
Comienza la recolección, cada uno de los brotes va a una canasta o balde que está sujeto a su cintura. A lo lejos se escucha música de cantina que escuchan los campesinos en fincas contiguas, Dora parece no percatarse de esto, ella escucha la rancheras en su celular, con los auriculares bien puestos y un volumen moderado se le va la mañana acumulando la mayor cantidad de café posible, más de 700 granos de café.
Al medio día toma un receso que emplea para ir de nuevo a su casa, servir el almuerzo a los suyos y a ella misma; hace unos meses después de almorzar, Dora se dirigía a la finca de sus papás para hacer una pequeña visita; de color rojizo con blanco, encercada con palos de bambú grueso, rodeada de enormes árboles de mango y con ambiente tranquilo, es el lugar donde ella cumple con este hábito, aunque ya la visita solo sea para su mamá, su papá falleció la mañana del 30 de abril.
— ¿Ya sabe que Pedro se murió? ¿cómo se va a ir y me va a dejar sola? Eso fue por fumar tanto ¿cierto? — repite casi todos los días Martha, la mamá que padece progresivamente de alzheimer.
Después de la visita, a la 1:30 pm cuando el sol todavía tiene fuerza, Dora se dirige de nuevo al cafetal, esperando que caiga la tarde. Coge más café, escucha más música y de vez en cuando toma algún líquido para compensar la sed.
A las 5:00 pm termina su jornada laboral, al llegar a su casa toma un descanso de media hora, esperando que el calor de la tarde migre de su cuerpo para poder tomar una ducha. Mientras espera a su hijo y a su esposo, comienza a preparar la comida.
La vereda comienza a silenciarse otra vez, solo se escuchan algunos grillos que al unísono hacen una especie de zumbido sólido, la luna se luce e ilumina los caminos y carreteras destapadas, faltas de electricidad. Tres horas y media después de llegar a casa, tras un día de estar parada, caminando, expuesta al sol y con pocas horas de descanso, Dora se dispone a dormir, exactamente a las 8:30 termina un día en semana para esta mujer.
Dedicado a: Dora Elena Galeano Gonzalez; mujer campesina, pujante y berraca. Hija, madre y mi tía.