Por: Alejandra Echeverri Garzón
Correo: alechega95@hotmail.com
Era marzo de 2014 y aquel joven de 18 años salió al centro de la ciudad a comprar una nueva llanta paraa su bicicleta de segunda mano, que había adquirido días atrás, y a retirar el dinero que su padre le enviaba cada mes para el sustento diario. Llegó en un bus, uno de los transportes más utilizados en la ciudad de Medellín, que en el año 2013 había sido nombrada la más innovadora del Mundo por varias razones, entre esas, la reducción de la inseguridad.
Se bajó en pleno corazón geográfico de la ciudad, en el parque donde se encuentra la estatua de Pedro Justo Berrío rodeada de vendedores ambulantes, de ancianos que interpretan canciones de antaño con sus guitarras, de personas que esperan encontrarse con otras, de palomas que vuelan hacia la primera parroquia construida en la ciudad: la Iglesia de la Candelaria.
En ese mismo parque -que anteriormente recibía el nombre de La Plaza Principal- está ubicado el Banco de la República acompañado por “La Gorda”, una estatua del escultor antioqueño Fernando Botero que, aunque carece de cabeza, parece ser la vigilante de todas las entidades bancarias que la rodean, entre esas el banco a donde el joven se dirigió esa tarde después de comprar la pieza que le pondría a su nuevo medio de transporte.
No alcanzó a entrar. Escuchó una voz masculina que lo detuvo diciéndole: “Joven, hágame el favor”. De inmediato volteó y, al ver que se trataba de un desconocido,le respondió –con el acento costeño que lo caracteriza- que alguien lo estaba esperando.
-“Tranquilo que no le voy a quitar más de 15 segundos”, le dijo el señor que aparentaba tener 38 años.
Él decidió quedarse allí y escuchar aquellas palabras que aún tiene grabadas en su mente: “Lo que pasa es que me están informando que usted viene por aquí entregando unos paquetes de Metanfetaminay que cada uno cuesta 800 mil pesos. Yo soy el comandante de una banda y necesito acabar con la delincuencia en este lugar. Acompáñeme, tengo que tomarle unos datos”.
Ambos cruzaron la calle, transitada por personas que ignoraban aquella situación, y el hombre le preguntó: “¿Usted cómo se llama?”.
-Juan David Méndez, le respondió con voz pasiva.
El hombre le pidió el documento de identidad para confirmar que no le estaba mintiendo. Observó la foto (tomada a los 12 años)de aquel muchacho de tez morena, oriundo de El Bagre, Antioquia; que medía 1,67 metros según aquella tarjeta de identificación que aún usaba porque recientemente había cumplido la mayoría de edad. Se la devolvió y lo interrogó de nuevo:
-¿Usted qué tipo de comunicación maneja?
– Por redes sociales, respondió Juan David que ya sospechaba lo que estaba a punto de ocurrir.
– Juan David, no me está entendiendo la pregunta: ¿Usted, cómo se comunica con sus familiares?, le alzó la voz al ver que no obtenía la respuesta que quería.
– Ellos me escriben por redes sociales, reiteró el joven.
– Juan David, dígame la verdad, ¿usted maneja dispositivo celular?
– Sí.
Al escuchar esta afirmación, el hombre le pidió que se lo entregara mostrándole un arma que llevaba debajo de la camisa. Juan David accedió a la petición, sacó su celular del bolsillo y se lo dio a aquel hombre que se fue sin prisa alguna. El joven, asustado y nervioso, no quiso retirar el dinero porque temía que le robaran dos veces y, de inmediato,tomó un bus que lo llevara a su casa.
Actualmente, en Medellín, la historia de Juan David se repite 34 veces al día pero bajo diversas modalidades. Una de ellas es conocida como el cosquilleo. Si a Juan David lo hubieran robado bajo esta modalidad, el relato sería distinto: una persona se hubiera acercado hacia él para tocarle su bolso. Cuando él se percatara de la situación, otra persona se le acercaría a entretenerlo pidiéndole una dirección (aunque a veces no hay necesidad de hablar con la víctima):
– Hola, ¿sabes dónde queda una iglesia blanca por acá?
– ¿La de la Candelaria?, diría el joven.
– Sí, respondería la persona, supuestamente, perdida.
– Mira, llegas hasta la estatua de Berrío y, ahí, diagonal la encuentras.
Durante esta conversación, alguien más le habría sacado sus pertenencias sin que él se diera cuenta.
Si al joven lo hubieran hurtado bajo la modalidad de “La Saliva” esta historia sería diferente: cuando estuviera llegando al banco a donde se dirigía, un anciano le escupiría el hombro; otra persona, con el disfraz de la amabilidad, se acercaría con un pañuelo a ayudarle a limpiarse:
-Mire, le presto un pañuelo. Definitivamente la gente hoy en día es muy cochina, ¿no?
– Sí, que asco. Muchas gracias. Muy amable de su parte.
Igualmente, como en la situación anterior, Juan David ni se habría de que había sido despojado de lo que llevaba en el bolso.
Este muchacho pudo haber pasado por otras modalidades de robo como el juego de la Bolita, el ‘Paquete chileno’, el ‘Raponazo’ (alguien le hubiera arrebatado las pertenencias antes de que pudiera reaccionar), el Fleteo (a la salida del banco, varios individuos lo hubieran seguido para amenazarlo y arrebatarle el dinero), entre muchas otras más que los ingeniosos del robo inventan cada día.
Para disminuir estas situaciones, la Policía del sector está tomando más medidas de seguridad como, por ejemplo,la repartición de auxiliares de esta entidad, los cuales se ayudan de las cámaras instaladas en la estación Parque Berrío del Metro para identificar quiénes son los que están cometiendo estos delitos.
No solo son los robos
Dos señoras- con trapeadora y ‘trapito’ en mano- limpian las escaleras del Metro. Les da pena hablar ante una grabadora, se echan a reír, pero finalmente sacan a flote sus pensamientos acerca de los desencantos del Parque Berrío: “es que aquí huele mucho a ‘berrinche’ porque la gente no respeta y se orina por ahí. Nosotras lo lavamos una vez en el turno pero sigue normal, oliendo lo mismo”. Su compañera la interrumpe: “las tinteras (señoras que venden tinto) todo lo tiran por ahí, los vasitos…”.
La inconformidad de las personas no solo gira en torno a los robos que se presentan en el sector. Los malos olores, la basura, el ruido, la cantidad de transeúntes, la presencia de habitantes de la calle, entre muchas otras razones hacen que este parque, a pesar de ser uno de los más reconocidos en la ciudad, no sea tan encantador como parece.
Sin embargo, la mayoría de las personas tienen la obligación de pasar por ahí ya sea porque van para el trabajo, necesitan tomar el Metro, quieren retirar dinero, van a verse con alguien o, incluso, trabajan bajo la sombra de los árboles que crecieron allí.
La ayuda de la Policía Metropolitana es importante para mitigar los robos pero el reto más grande lo tiene la Alcaldía, que está buscando estrategias para solucionar los serios problemas cardiacos (principalmente, mejorar la movilidad y el aspecto del lugar) que sufre día a día el corazón de la “Ciudad de la Eterna Primavera”.
Para ver imágenes y enlaces de interés, vea http://periodismovirale.blogspot.com/