Por: Luisa Fernanda Jaramillo García
Correo: lfernandajg_20@hotmaill.com
Todo comienza cada domingo con la visita de mujeres a la cárcel de Bellavista de Antioquia, ubicada en el municipio de Bello, sector Machado. Cada domingo entran aproximadamente 4.000 mujeres, según el licenciado en Deporte Iván Darío Campo Sánchez, profesor del Inder, quien trabaja en esta y otras cárceles.
Las filas empiezan desde las 5:00 a.m. con la hora asignada de la cita. Hay citas desde las 6:00 a.m. hasta las 11:30 a.m. según lo informa la página de la cárcel de Bellavista. Diana Giraldo* pide la cita a las seis de la mañana para visitar a su hijo Manuel*, quien se encuentra preso por hurto agravado. Para llegar hasta el patio donde se encuentra Manuel, Diana se demora aproximadamente tres horas, en las cuales hace diferentes filas para revisar si no lleva nada que le impida entrar.
Desde las afueras del centro penitenciario donde comienzan las filas, se encuentran diferentes vendedores ofreciendo a las mujeres las bolsas transparentes, las ‘cocas’ a la medida, aguacate, comida hecha, los palillos para revisar la comida, platos, cucharas y chanclas transparentes.
Al entrar comienza la fila más difícil. Se ingresa al gallinero, como lo llaman las visitantes, por sus corredores en zigzag que son separados por unas rejillas. Cada corredor es tan angosto que al entrar se siente el olor a sudor de quienes ya llevan en la fila más de diez minutos. La desesperación comienza desde el momento en que la fila no avanza, el olor y el cansancio de llevar dos cocas llenas de comida – y si toca implementos de aseo o ropa- empieza a poner altaneras a las visitantes que gritan en varias ocasiones: “hágale pues, nos estamos muriendo del calor”, “guardias descarados, se creen mayor cosa”. A veces, los guardias dejan ingresar a las mujeres embarazadas y de la tercera edad sin tener que realizar la fila, sin embargo la mayoría de las veces las obligan.
Ya va aproximadamente una hora de fila en el gallinero y por fin se llega a las mesas donde se encuentran guardias del Inpec (Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario) con sus respectivos computadores para revisar la cédula y confirmar si efectivamente la visitante sí pidió su cita. Desde ahí se empieza la marcación “como marranos poniendo sellos”, así lo llaman varias visitantes, entre ellas, Lina Madrid, que dice que el primer sello es el número del patio al cual se va a ingresar.
Luego comienza la fila al aire libre pero antes aprovechan y entran al único baño que hay en todo el recorrido, piensan dos veces si entrar o no, pues siempre está inundado, con las puertas y las bombas de vaciar malas y con un olor pútrido que obliga a cada una de las que va a ingresar, porque no aguanta más las ganas, a taparse la nariz y caminar en puntillas. Diana por su parte prefiere aguantar hasta llegar al patio.
La fila transcurre lentamente, sigue haciendo mucho calor y se ven varias mujeres devolviéndose y entrando con ropa diferente. Al llegar se encuentran con varias sillas donde sientan a las visitantes, ponen sus bolsas al frente y luego pasa un guardia del Inpec, con un perro tan flaco que parece parado en los huesos -seguramente por la droga que le dan para que puedan identificar quién lleva y quién no-, por cada uno de los puestos para que el perro las olfatee; si el perro se sienta en frente de una de las visitantes significa que lleva droga y se la llevan para interrogarla, las otras siguen su camino y comienzan otra fila más.
Lina manifiesta que los guardias son muy descarados: “a las niñas que ven lindas las dejan pasar después de los perros derecho para que les revisen la comida, y a las que no, sí las ponen a hacer fila. Nosotras les gritamos y ellos solo se ríen”. Lina no hace parte de esas jóvenes que van con vestidos cortos y que seducen a los guardias para pasar derecho, a ella le toca hacer la fila y aguantar el calor del sol.
Al pararse de las sillas se dirigen hacia la siguiente fila que las lleva a la revisión de la comida. Pasan por un pequeño corredor enrejado que está lleno de semillas de aguacate, cajas de Colgate y jabón, bolsas, botellas de agua, entre otros implementos vacíos que no pueden ingresar y que obligan a caminar a cada visitante casi por una línea debido al poco espacio que deja la basura.
Al llegar a la revisión de la comida, los guardias chuzan todo con unos palillos buscando que no haya droga, plata, armas, entre otros elementos camuflados no permitidos; deciden qué pueden entrar y qué no. Diana cuenta que “lo que no dejan entrar lo dejan a un lado y se lo llevan ellos, por eso yo siempre cojo todo y se los boto en la basura”. Al terminar de revisar la comida sigue el próximo sello y posteriormente las mujeres se dirigen a que las requisen y a que les pasen el Garrett – detector de armas y metal- debajo de las piernas, a aquellas que les pita les dan la oportunidad de ir afuera y cambiarse, a la mayoría les toca alquilar ropa que huele mal, ya que cada ocho días personas diferentes la usan. Si a la tercera vez le pita, no puede ingresar y debe irse.
Al pasar el “garre”, cada visitante va a que una guardia –mujer- la requise. Lina explica cómo se siente ese momento de requisa: “las guardias llegan y buscan que en las varillas de los brasieres no haya dinero u otras cosas escondidas, igualmente te tocan todo el pelo y nos despeinan, y si llevamos medias nos la tenemos que quitar, es bastante incómodo”. Al requisarlas las guardias ponen otro sello a las mujeres, en ese momento se acaba todo el “viacrucis”, como lo llama Iván Campo, y tienen las puertas abiertas para entrar al patio, pero antes les ponen los dos últimos sellos que terminan la marcación.
“Cuando voy a visitar a mi hijo siento que soy yo la que está presa pues prácticamente me tratan como una delincuente haciendo esas filas y con el mal trato que nos dan y la poca higiene que hay, no veo la hora de que salga mi hijo, Bellavista es el peor lugar al que una persona puede asistir”, dice Diana. Por su parte, Iván explica que debería haber un mayor orden en cuanto a las visitas y debería haber personal de aseo que constantemente esté organizando el recorrido.
Según la reseña histórica publicada en la página del Inpec Bellavista es “el Centro de Reclusión más importante de la Ciudad de Medellín, en el cual con la ayuda y colaboración de todos los internos y las directivas, con orgullo se puede decir que el Establecimiento Penitenciario y Carcelario de Medellín es el Centro de Reclusión más pacífico de Latinoamérica”.
Diana y Lina no están de acuerdo porque según ellas Bellavista “no tiene absolutamente nada de pacífico” y explican que lo pacífico debería comenzar con el trato desde el momento en que se pone un pie en la cárcel, sea porque lo privaron de la libertad o porque va a ir de visita.
Lina al terminar su recorrido lo primero que hace es orar por poder entrar a visitar a su hermano. De igual manera Diana da gracias a Dios porque no le pitó el “garre”, y al finalizar la visita y salir de Bellavista siempre se pregunta: “¿por qué se llama Bellavista si en realidad es el lugar más horrible que alguien pueda conocer?”.
*Por petición de Diana Giraldo se cambió su apellido
*Por petición de–su madre- se cambió el nombre de Manuel
Para ver más imágenes y enlaces de interés vea http://pvirtual5.blogspot.com/2015/04/cronica-bellavista-una-vista-no-tan.html