Por Óscar Eduardo Corredor Cano
oscarcorredorcano@gmail.com
Son las 7:03 de la mañana del domingo 9 de marzo de 2014. Hoy es jornada de elecciones en Colombia. Aunque hubo ley seca, se ven en la calle empaques vacíos de licor que dejan ver que algunos hicieron caso omiso a lo estipulado. Era de esperarse algo así.
En la estación de gasolina que está ubicada en frente de la estación Floresta del Metro de Medellín, se encuentra Luz Marina junto a una docena de personas más –hombres y mujeres de diferentes edades- que esperan a don Julio, la persona que les va a indicar las funciones para hoy y por las que cada uno de ellos recibirá 50 mil pesos.
Don Julio llega en un vehículo de color gris, no es último modelo pero tampoco es viejo. Se puede decir que es un automóvil gama media. A don Julio le acompaña Carlos, un joven caucásico de aproximadamente treinta años de edad. Viste bluejeans anchos, camisa negra por fuera del pantalón y una chompa roja de mangas grises; tenis que deberían ser blancos, pero el mugre que cargan encima no deja ver bien su tono original, y una gorra morada con letras grandes y blancas con las iniciales NY en el centro. Quizás no sepa a qué equipo de béisbol pertenezcan estas letras, sin embargo, no es problema para lucirla.
Ese día estaba prohibido realizar cualquier tipo de publicidad política debido a las elecciones que iniciarían sobre las 8:00 de la mañana en el territorio colombiano. Esto no fue impedimento para que don Julio reuniera a estos jóvenes y les entregara más de cinco mil tarjetas de un representante a la Cámara y otro para el Senado con el fin, claro, de subir a uno de estos candidatos y poder sacar alguna ventaja a través de esto.
Luz Marina nació en Apartadó hace treinta años, es cabeza de familia y madre soltera de cinco hijos, recibió sus tarjetas, las respectivas indicaciones por parte de don Julio y Carlos, y se dirigió a una institución educativa ubicada en la carrera en el barrio San Joaquín de Medellín. Allí, ella entregaría –uno a uno- los volantes suministrados a cuanta persona fuera posible para lograr el cometido de don Julio, por lo menos, para ese día. Son las 7:43 a. m., Luz Marina reparte su primera credencial y así inicia su trabajo, que terminará sobre las cinco de la tarde, cuando ya haya culminado la jornada electoral y reciba sus cincuenta mil pesos.
Al igual que Luz Marina, hay aproximadamente treinta mil personas más que tienen que utilizar el trabajo informal como política de vida con el fin de subsistir y suplir sus necesidades y las de sus familias, como sucede en la mayoría de los casos, según informa Guillermo Giraldo, miembro de la Unión de Trabajadores Informales de Antioquia.
Luz Marina tuvo que salir de su pueblo natal -Apartadó- debido a que la violencia no permitía una sana convivencia y buen desarrollo para sus hijos. Por eso decidió venir a Medellín, capital de Antioquia.
En su cara se le ve el azote del clima y el trajín de la calle. Las manchas en su piel -producidas por el sol y el viento- son notorias y hacen que se vea algo mayor. Pero eso para ella no es problema siempre y cuando su día le deje ‘buenas ganancias’, como ella dice.
La mayoría de personas que encuentran en el trabajo informal una forma de subsistir, provienen de otros municipios de Antioquia y ven en la capital del departamento una gran puerta para conseguir ingresos que les permitan satisfacer sus necesidades básicas, como mínimo la de comer. Algunos de ellos son desplazados por la violencia, otros, simplemente se acomodan a esta forma de economía: sin horario ni jefes que les den órdenes.
Son las once de la mañana y Marina, quien viste un pantalón azul con una chaqueta de color beige, aguanta el fuerte sol que acompaña hoy a los ciudadanos en su ejercicio de votar. Luz dice que no se quita la chaqueta porque no quiere que sus brazos se quemen más. “Ya suficiente tengo con las manchas de mi cara como para querer completar todo mi cuerpo”, refuta Luz Marina con una tímida sonrisa en su cara. A su vez, descascara una mandarina para mitigar la sed, efecto de la alta temperatura de ese domingo electoral. Se llegó a pronosticar una temperatura de 35 grados.
Cuando a Luz le iba bien, en uno de sus días de trabajo informal –venta de dulces, aguas, chicles y otras cosas en los semáforos y buses- dice que le quedaban de veinte a treinta mil pesos libres, fuera del surtido para el siguiente día. En cambio, con cuando la jornada no era productiva, solo lograba hacer entre doce y quince mil pesos, con lo que debía surtir su ‘negocio’ y, a su vez, atender sus necesidades y las de su familia.
Ahí, hacían «carritos», es decir, pequeños viajes con la mercancía sobrante a un costo menor al que se vende inicialmente hasta poder terminar y comprar el surtido para el siguiente día.
Ver video: https://www.youtube.com/watch?v=c2uW9myvTN4
Una tragedia que no fue
En el 2010, hubo un derrumbe en La Gabriela, un barrio ubicado en una zona vulnerable del municipio de Bello. Ese día, su hija menor, Luisa Fernanda, jugaba en la calle con sus amiguitos de la cuadra cuando el alud de piedras y arena, arrasó con casas y todo lo que hubiese en frente. Luisa, quien pocos minutos antes había recibido la orden de entrar a la casa por parte de su tía Gladys Arango -hermana de Luz-, tuvo que ver como varios de sus compañeros de travesuras perdieron la vida en ese suceso.
«La niña vio como desenterraban a sus amigos en el derrumbe. Unos salían por la mitad y otros, quedaron desconocidos debido al impacto de las rocas que cayeron sobre ellos y esto, produjo un trauma en Luisa Fernanda. Aunque no recibió tratamiento sicológico, Luisa a veces recuerda el lamentable hecho y Luz, con mucho tacto y palabras de conciliación, logra calmar a su hija. «Mami, hay que dar gracias a Dios de que esta vez no tocó a ninguno de la familia. Así es la vida, hay que seguir», le dice Luz a Luisa para evitar que caiga profundamente en la depresión que le trae el recordar esa tragedia.
Ver video: https://www.youtube.com/watch?v=cbPyHIELRKE
Un final feliz
Luz Marina, después de haber batallado durante seis años en las calles de Medellín, dejará este arduo trabajo y ahora, iniciará labores en una empresa: la corporación artística La Polilla. Devengará un salario básico cada mes y sus ingresos serán mejor remunerados. Podrá hacer remodelaciones a su casa-propia- ubicada en la Llanada, muy cerca de barrios como La Sierra y Sol de Oriente, conocidos por su alto índice de violencia. Sus hijos, Birleys Andrea, Alexander, Luz Dary, Luisa Fernanda y John Fredy, tendrán mejores oportunidades y tendrán a su madre mucho más tiempo junto a ellos.
Un final feliz https://www.youtube.com/watch?v=c2uW9myvTN4