Entre linchamientos y libertades: La doble cara de la cultura de la cancelación

Por: Manuela Guerra

¿Qué pasaría si un día te levantas y ves tu mundo volteado de cabeza? Tus amigos te evitan, tus padres te ignoran, escuchas murmullos detrás de ti y todo parece estar en tu contra. ¿Cómo te sentirías si un día entras a Instagram y ves tu cara en todas las historias? Tus datos personales en boca de gente que no conoces, opiniones aquí y allá, amenazas, acusaciones y rechazo.

Esta es la realidad que, para bien o para mal, enfrentan muchas personas en la sociedad actual. La cultura de la cancelación se ha convertido en un fenómeno omnipresente en la era digital, y centra sus ideales en una búsqueda alternativa a la ineficacia de las instituciones judiciales, lo cual ha suscitado un debate moral sobre la libertad de expresión y la justicia por mano propia.

Crédito: PeopleImages

Esta actividad es alimentada y visibilizada principalmente por las redes sociales, pues es el espacio que más auge tiene. En este contexto, según el congreso de sociología de la UNLP, en su ponencia “La cultura de la cancelación como dispositivo de control”, afirma que, los dispositivos de cancelación, actúan como plataformas que permiten la rápida circulación de información, opiniones y juicios morales no necesariamente objetivos. Lo que concluye no sólo en un efecto multiplicador, sino en un convenio de linchamiento colectivo en el que se deduce que debe imponerse un castigo.

El artículo de 2021 Señales filtradas, expone que, si bien el término es relativamente nuevo y posiciona su masificación a Black Twitter, red de usuarios de la comunidad afroamericana, contra las prácticas racistas en Estados Unidos. La realidad es que ha estado presente en la sociedad desde mucho tiempo atrás y abarca gran cantidad de temas: desde las conductas inapropiadas expuestas en el mundo hollywoodense en 2017, las denuncias públicas de violencia sexual, hasta Marlon Brando rechazando el Oscar en 1973 a favor de la protesta del pueblo indígena.

A pesar de que busca visibilizar las minorías y las violaciones de derechos, esta primicia solo logra mostrar el lado luminoso y amable del fenómeno; la punta de un iceberg que se desenvuelve más allá de la concientización. Se conocen casos en que las acusaciones resultan ser falsas, indiscriminadas y con falta de pruebas; por lo tanto, inválidas. Tal y como lo explican Edixela Burgos y Gustavo Hernández en su artículo “La cultura de la cancelación ¿autoritarismo de las comunidades de usuario?”, este enjuiciamiento social responde a la violencia con más violencia, y es alimentado por las dinámicas de poder: la exclusión radical y la muerte digital en base a sentimientos esporádicos y no motivados por la razón.

“El cancelador de oficio es un vengador muy astuto. Se escuda detrás de la democracia, de la libertad de expresión, finge ser un sujeto moral, habla de justicia y de Estado de derecho. Cuenta con miles, millones de seguidores.”

Aun así, cualquiera puede ejercer este “oficio”, no basta solo con ser reconocido. Y claro está (no por miedo a ser también cancelada), que muchos de los que exponen su caso en redes sociales no lo hacen con una intención vengativa, sino en demanda de protección y visibilización.

Lo cierto, es que este rechazo mediático conlleva repercusiones no solo de carácter social, como ser despedido del trabajo y repudiado, sino también psicológico. Se incluyen sentimientos de vergüenza, culpa, ansiedad y depresión. Según el psicólogo José Daniel Arboleda, este castigo social en el cual la persona es privada de un refuerzo atencional, puede generar múltiples emociones negativas e incluso inducir al suicidio.

Y aunque el acto procura desempeñar un papel que abarque una supuesta justicia, no podemos negarnos a reconocer que la cancelación, o mejor dicho el enjuiciamiento comunitario, no responde a un marco normativo fundamentalmente estructurado, que reconozca una democracia sin valerse del linchamiento y la incapacidad del acusado de defenderse.

Pero los factores negativos no sólo afectan al personaje en cuestión; quién realiza la publicación puede enfrentar demandas por difamación, daños y perjuicios. Y aunque se invoque la carta de la libre expresión y libre desarrollo de la personalidad (comúnmente usada en estos casos) cabe resaltar que, en ocasiones suele ser el mismo fenómeno el que desestima este argumento.

Como cuenta al respecto una fuente anónima que fue activista en estos discursos, su participación en el tema se desató por un sentimiento de compromiso social y una inconformidad ante las injusticias.

“En cuanto a los temores de enfrentar alguna demanda, fue un riesgo inminente que decidí tomar, las amenazas, el odio y comentarios discriminativos me pudieron haber afectado psicológicamente, pero no me detuvieron”

Entonces, ¿cómo visibilizamos la falta a nuestros derechos sin violentar los de los demás?; ¿cómo exponemos nuestro desacuerdo sin cruzar la delgada línea del discurso de odio?

Como bien se sabe, la interacción en redes sociales está determinada por personas que piensan como nosotros, que simpatizan con nuestros prospectos y opiniones. Por lo tanto, no sería de extrañar que pase lo mismo en este caso. Al buscar ser escuchados, se suelen involucrar voces de terceros que nos ayuden y faciliten el proceso de identificación del problema, o en el caso de mi fuente, de los agresores. Sus publicaciones se convirtieron en, como ella misma lo expresa:

“Un lugar y espacio seguro y positivo, que permitía que muchas voces fueran escuchadas y que todos estos testimonios de lucha no se convirtieran en algo personal sino político. Es importante destacar que mi objetivo siempre fue ofrecer apoyo y fomentar un diálogo constructivo”

No se puede negar arbitrariamente algunos de los beneficios de esta poderosa herramienta. Sin embargo, debe usarse con sumo cuidado. Lo peligroso del acto, según José Daniel Arboleda es que, muchas veces se busca hacer justicia sin elementos, distorsionando la realidad y el comportamiento del otro; en algunas ocasiones, por impulsividad. La cultura de la cancelación puede ser también muy peligrosa, pues se presta para comenzar una acusación en contra de una persona sin ningún tipo de evidencia y destruir realmente la vida social de alguien.

Como lo explica una fuente anónima: “Es necesario pedir pruebas para evitar difundir daños irreversibles, sin embargo, admito que frente a esto tuve muchos vacíos y falta de información, debido a que en ocasiones las víctimas se negaban, no tenían las suficientes pruebas o eran obligadas a deshacerse de cualquier información por amenazas y extorsiones. Por ende, la consistencia de los testimonios no ofrecía mayor firmeza.”

Es necesario tener en cuenta el debido proceso al realizar este tipo de actos, darle voz a quienes no la tienen no debería implicar silenciar a otro. ¿Acaso tienen los ciudadanos del común las suficientes capacidades y conocimientos para establecer un juicio ético y moral en contra de alguien?

Manuela Mejía Gallego, una chica que se ha visto involucrada en varias problemáticas en redes sociales, comenta cómo fue su experiencia al exponer a su roomie por maltrato animal y robo de pertenencias.

“No esperaba nada al realizar la publicación, pero la gente comenzó hablar sobre más problemas que habían tenido con esta persona. Me daba miedo salir a la calle, pues ella me amenazó diciéndome que ya había mandado hacerles daño a personas.”

En el caso de Manuela, ella no cree que se haya hecho justicia, pues, a pesar de haber involucrado a las autoridades competentes, las repercusiones fueron prácticamente nulas. El único cambio “significativo” fue que la chica se cambió el nombre, ni siquiera sus mascotas en malas condiciones fueron retiradas.

Para mi otra fuente las cosas fueron un tanto distintas, a pesar de que la mayoría de las situaciones se quedaron dentro de las redes sociales, hubo algunos casos donde se tomaron acciones legales. Tal como ella lo expresa: Aunque no es suficiente, hay que reconocer algunos cambios significativos como el aumento en la conciencia sobre la problemática, es importante validar que la exposición pública puede ser una herramienta efectiva para promover la rendición de cuentas a las mujeres vulneradas.

¿Pero, basta sólo con la rendición de cuentas?

Hablar de este tema es enmarañarse en un camino engorroso y complicado de entender, intentar definir todas sus aristas implicaría adentrarse en un laberinto sin salida de ramificaciones y situaciones de “mi palabra contra la tuya”.

No podemos pasar por alto el sutil, pero equivocado concepto que su tiene acerca del campo de acción de este fenómeno. No lo encontramos solo en las denuncias de violencia sexual y discursos misóginos, así que, no podemos reducir su función única y exclusivamente a esto. Hacerlo sería ignorar su presencia en muchas otras áreas que abarcan inclusive el periodismo y la censura.

La cultura de la cancelación está presente en todas partes y viene en diferentes presentaciones, desde el Click bait, hasta las Fake news. Las redes sociales han sido un detonador para su difusión, pero, aun así, debemos adquirir la capacidad de cuestionarnos a nosotros mismos sobre el contenido que vemos y compartimos. Se trata de una toma de conciencia en la que nos valgamos de argumentos reales y válidos, no de hacer eco de un linchamiento, de una opinión sin fundamento que puede terminar en repercusiones lamentables e irremediables. Verifica la información antes de compartirla, evitemos el repudio colectivo y las bolas de nieve. Como explica mi fuente anónima, debemos tener en cuenta que existe un límite ético y moral basado en el respeto y la dignidad humana.

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