El Brote: De la Pasión al Delirio en el Escenario

Por: Sebastián Flórez Agudelo

En la omnipresencia de una sala incompleta, y a la expectativa de «lo que podría ocurrir» lo primero que priva en escena –incluso antes de comenzar a exhalar la primera bocanada de aire, previo al acto – es la densidad de una niebla que desciende parsimoniosa hasta el suelo. Figuras toman forma, se distorsionan, se transforman, desaparecen… En derredor, un par de sillas predispuestas a la interpretación ocular de cientos de ojos que observan. Y el haz de luz cálida que parece revelar lo que, con seguridad, «no es lo que estamos pensando».

La obra nos cuenta la historia de Beto, un hombre que siente una obsesiva pasión por el teatro. Lo disfruta tanto como lo sufre, especialmente al darse cuenta de que sus compañeros de escena y el público no lo valoran con la misma seriedad que él. Cada decepción en el escenario se convierte en un pequeño catalizador de su inminente brote psicótico, llevándolo finalmente a cometer una locura.

Con la dramaturgia y dirección de Emiliano Dionisi, la Compañía Criolla Argentina, llegó a Manizales para la quincuagésima sexta edición del Festival Internacional de Teatro de Manizales (FITM). La interpretación de Roberto Peloni, quien fuera el ganador del Premio Konex de Platino en el año 2021, es magistral. Existe en este personaje una clase zozobra de carácter natural, espontaneo, que termina por convencer a través de una plasticidad magnifica; la gesticulación demudada en el semblante, la diversificación (versátil y flexible) del movimiento corporal, la constancia de una personificación volátil. ¡Cómo se mantuvo en personaje! Y convenció. Convenció a tal punto que resultó difícil –el teatro es en absoluto sencillo- distinguir la realidad de la ficción, es decir; lo que aparece en escena y lo que, bajo los efectos del encanto enmarcados por la encarnación de al menos diez personajes simbólicos en una pieza espectacular, parece escapar de ella. Y continua.

La escenografía, aunque simple -pues carece de otra clase de elementos que no necesita- resulta capaz de transmitir esa atmosfera indefinida que el actor termina por corregir. Más allá del elemento útil que cumplen las sillas que se encuentran posicionadas sobre el escenario, son –o más bien pueden ser- todo lo que el actor sea capaz de demostrar y, en consecuencia, todo lo que el público esté dispuesto a creer. Pueden ser micro-teatros donde son anunciados los estrenos a la comunidad local, o bien; posicionadas de cierto modo, pueden llegar a ser un carro, o carreta. Recordé entonces cuando, años atrás, una amiga me hablaba sobre la capacidad imaginativa del espectador, en un caso en el que simples y sencillos palos de escoba habían sido siempre, para ella, armas con una capacidad de mortalidad inimaginable.

Difiero completamente de esa necesidad irracional que separa al cine del teatro como si uno no hubiese sido consecuencia del otro. Los decorados (o el decorado) tienen mucha más importancia en el cine que en el teatro (Martín, El lenguaje del cine, 1990, p. 69) La estética en el arte no solo refiere a la posición adecuada de los elementos que conforman la escenografía, sino que alude a la utilidad y suma importancia que cumplen para el desarrollo de la trama. En el mundo de la dramaturgia existe una leyenda que reza de la siguiente manera: El médico y cuentista Antón Chejov le escribe a su amigo, con el motivo de comentar una obra que había escrito, en ella, Chejov se percata de que en principio se menciona un rifle y se sorprende porque este desaparece del resto de las páginas. Lo que dijo Chejov respecto a esto en aquella carta de 1889, fue “Si en el primer acto has colgado una pistola en la pared, entonces en el siguiente acto, o en el último, debe dispararse. Si no va a ser disparada, no debería estar allí.” A esta anécdota, la cual tiene muchas versiones, se la llamó “El arma de Chejov”, una técnica narrativa que todo elemento mencionado en una obra, debe cumplir un propósito.

En cuanto a la iluminación, el trabajo realizado por Agnese Louzupone destaca por sobre los demás elementos de la puesta en escena. No solo ayuda a generar la atmosfera que la escenografía transmite desde un inicio, incluso mucho antes de que el acto comience, sino que devela lo que sucede más allá de lo que ocurre o bien, lo que está por ocurrir. Su uso solo puede ser comparado con el talento y desempeño actoral; sencillamente excepcional. No pude evitar pensar en lo equivocado que estaba el autor de El lenguaje del cine cuando mencionó que el teatro no contaba con el uso de planos, o más bien, que los ojos del espectador, solo podían percibir el Gran plano.  El empleo de las luces como recurso narrativo, la correcta posición que desvanece una parte del cuerpo generando intensidad en su torso, pecho y rostro, pueden ser tomados como planos y, de hecho, cumplen la misma función; generan percepciones a través de la sensación de un rostro que nos habla y una conciencia que se revela. Los fundidos en negro, por otra parte–otro recurso con el que juega la iluminación en esta obra- pueden ser tomados fácilmente como transiciones que nos sitúan de un escenario a otro.

Perspectivas

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